miércoles, 12 de octubre de 2011

MIROS: 18.- EL VALLE DE LAS "ÁGUILAS"

18.- EL VALLE DE LAS “ÁGUILAS”

            La guerra era inevitable, una vez que cesó la lluvia, Miros se dedicó a preparar a todo el mundo, podían ser atacados sin que hubiese ningún indicio. Estaba preocupado, algunos corredores de campo, no habían regresado, seguramente abatidos por el enemigo, que ahora sí, estaba en guardia. También faltaba por regresar un muchacho de Vallecillo, enviado con órdenes para “Queñín”. Eso le dolía, por aquellos valientes adolescentes. Nunca habían fracasado, y eran los niños mimados de Ana y Orey, cualquier contratiempo para uno de ellos, era seguido de un profundo dolor por parte de ellas.

            Klasnic avisaba, no iba a ser una victoria fácil, habría muchas bajas, esta vez, las “águilas”, se habían reforzado, y no atacaban, esperaban en una colina muy bien situada, de difícil acceso, sería imposible vencerlas si no se movían de allí, todo dependía de sus movimientos y de sus decisiones, y era probable que esta vez, no subestimasen al contrario, y seguramente, no cometerían ningún error, era imposible cruzar sus filas, estaban muy alerta, y no preguntaban. Ante la menor sospecha, mataban a cualquiera que se acercase. Se suministraban por la retaguardia, a la vez que defendían estaban parapetados en la fortificación donde se resguardaba Edeca. Desde la posición de “Queñín”, se observaba mucho movimiento, no se sabía si para defender a Edeca, o para atacar la posición de “Queñín”, todo esto creaba una incertidumbre que desanimaba a la gente del gigante, ante la extrema vigilancia, no tuvo más remedio que enviar al muchacho de Vallecillo de regreso por el Valle de los Pájaros, pidiendo ayuda de Sara y Andrea, y también de Vallecillo, consciente como era de que por ese lado se disponía de algunas fuerzas para retener posibles huidas. Era una decisión  muy meditada por “Queñín”, pedir a las fuerzas del este del río Nospe que atacaran por ese lado el Valle de las “Águilas”, era una decisión tomada sin tener en cuenta a Miros y a Eusina, lo cual le remordía y le mortificaba, porque su miedo de ser atacado, podía poner en peligro todos los planes de Miros.

            El muchacho de Vallecillo, al que llamaban “Saltamuros”, salió del campamento de “Queñín”, subiendo en dirección a las cuevas, luego, cruzando arroyos y bosques, llegó al bosque donde estaban Sara y Andrea, allí, apenas transmitió el mensaje, y siguió camino hacia Vallecillo, lugar al que llegó exhausto, y sufriendo unas terribles fiebres, que, unidas al cansancio, le hicieron derrumbarse ante los pies de su propia casa. Apenas pudo transmitir la difícil situación del gigante, y quedó sin conocimiento.

            Tanto desde el Valle de los Pájaros, como desde Vallecillo, se prepararon para cruzar el río, se mandaron hombres avanzados para preparar el desembarco en el Valle de las “Águilas”, por fortuna, todos los pueblos ribereños, eran los más enfrentados a la reina Edeca, en estos pueblos, habitaban las personas repudiadas de las poblaciones principales, y allí, había sido fácil conquistar a sus habitantes para su causa.

            Cuando los primeros soldados comenzaron a llegar a la orilla oeste del río Nospe, los lugareños, ya estaban preparados, y apoyaron con lo que pudieron. Acto seguido se envió un mensaje a Miros para informar de la situación.

-         Está bien –dijo Miros al enterarse-, tarde o temprano, tendríamos que dar ese paso, así que no importa, lo que importa ahora es vigilar los movimientos del ejército que tenemos enfrente, si se retira la más mínima tropa de enfrente nuestro, puede significar un ataque a “Queñín”.

-         Miros, otra cosa más –dijo el mensajero-, el mensajero que ha llegado con la noticia, me ha pedido por medio de su familia permiso para poder descansar unos días en su casa. Has de saber que llegó totalmente agotado y con mucha fiebre, ya que tuvo que dar un gran rodeo para llegar.

-         ¿Quién es el mensajero? –preguntó Miros esperanzado-.

-         ¡Saltamuros!

-         Menos mal. Vuelve a Vallecillo, vete a su casa, y no te separes de su lado, dile que no es necesario que vuelva, que lo que ha hecho, es más de lo que nadie ha hecho hasta ahora. Su misión se terminó.

Miros no salía de su asombro, aquel muchacho, apenas un adolescente, había recorrido un camino similar al que el mismo había recorrido al llegar al Gran Valle, y al recordar su encuentro con los lobos, y de la inestimable ayuda que tuvo entonces con “Luna”, no pudo menos que pensar en la valentía demostrada, y en lo mucho que tuvo que haber pasado “Saltamuros”.

La formación de las “Águilas” no se movía, permanecían en su puesto esperando a su enemigo bien parapetadas en su envidiable posición. Allí, eran inexpugnables, y cualquier enemigo sería destruido sin apenas bajas, así, era como habían vencido siempre a los invasores.

Klasnic lo sabía, estaban en un punto muerto, no podían avanzar, para llegar a la posición de “Queñín”, tendrían que dar un gran rodeo, corriendo el riesgo de ser atacados aquí, y para nada, puesto que mientras ellos llegasen, ellas estarían esperando, pues tardarían una quinta parte de tiempo en llegar al lado de Edeca. Estaban en un punto muerto.

Se intentó provocar, se lanzaban pequeños grupos hacia la posición de las “águilas”, con rápidas retiradas para ver si provocaban una persecución que las sacase de allí, pero no caían en la trampa. Se intentó atacar durante la noche, pero no era posible, lanzaban grandes rocas al menor ruido, las rocas en su descenso, llevaban por delante todo lo que pillaban, no haciendo otra cosa que despejar el terreno favoreciéndolas.

Eusina y Klasnic, estudiaban el mapa de la situación, no tenían nada que hacer salvo esperar movimientos. Pero la inactividad era lo peor que podía suceder en un campamento de guerreros, y la situación se podía complicar.

Ana, intentó adentrarse en terreno enemigo, pero a pesar de su capacidad camaleónica, no pudo pasar, estaban muy suspicaces, y no se fiaban de nada. Finalmente tuvo que retroceder para no ser un muerto más.

Miros había bajado a la ribera para estudiar la situación desde allí, pero era la misma. Las “águilas”, al ver que el enemigo se había adueñado de la ribera, habían renunciado a una parte de su terreno, retrocediendo hasta llegar a una posición desde la que defenderse. Otra vez, se habían adueñado de la situación, conocían el terreno, y estaban defendiendo su hogar, estaban dolidas, enrabietadas, y ahora, no iba a ser fácil vencerlas.

Miros regresó con las noticias desde el río, Klasnic ya se había encontrado antes en situaciones semejantes, y sabía que era imposible vencer.

-         Miros, es imposible vencer –dijo Klasnic-, a menos que…

-         ¿Qué?

-         Que tengamos mucho tiempo.

-         Tenemos tanto como ellas, pero ellas están más cómodas.

-         Sí, pero necesitaríamos mucho tiempo para debilitarlas, parece imposible que se terminen sus alimentos, tienen todo el agua que necesitan.

-         Habrá que pensar algo.

Pensar algo, no era tan fácil, no podían atacar por el norte, porque la fortificación de Edeca era más inexpugnable todavía que el resto, no podían atacar por el este ni por el sur, porque estaban muy bien defendidas, en cuanto al oeste, era inaccesible, al contrario que en el este, las montañas se elevaban de forma que era imposible llegar por ese lado.

Mientras sucedían los días, se limpió todo el Valle de la Guerra, se incineraron los muertos, y se limpiaron las armas de los caídos. Ante el punto muerto de la situación, la gente empezó a construir casas en el Valle de la Guerra.       

Por otro lado, se bloqueó el comercio con las “águilas”, que tenían que surtirse a sí mismas, aunque parecía que eran autosuficientes.

Eran invencibles, pero estaban aisladas, una vez que el Gran Valle se iba librando del yugo que suponía tener que rendir cuentas a Edeca, la gente, fue retomando la rutina diaria con ímpetu, se trabajaba con ilusión, sin temor a invasiones, sin temor a que los impuestos desorbitados condicionasen su calidad de vida.

Pronto, todo el Gran Valle, estaba expectante, con los ojos puestos en el frente de batalla en el Valle de las ”Águilas”, deseando que Orey recuperase su trono, su reino, y con ello terminase el régimen prepotente y despótico de Edeca.

Pero la guerra estaba estancada en un punto muerto, nadie avanzaba en ninguna dirección. De vez en cuando, alguno de los hombres que se encontraban en el ejército de las “águilas”, desertaba, pero la mayoría de éstos, era fiel a su gente, bien por sus madres, o bien por sus hermanas o amantes.

Con el paso de los días, la situación se fue haciendo normal, incluso, algunos exploradores de ambos ejércitos, se hablaban entre sí cuando se encontraban en vez de esquivarse o luchar. Los soldados se estaban acostumbrando a que no pasase nada.

Miros, no se atrevía a mover pieza, porque en ese momento de estancamiento, no había muertes. El resto del Gran Valle estaba en paz, los heridos se estaban recuperando, y los muertos habían sido debidamente incinerados.

Klasnic, no estaba impaciente. Por primera vez, su gente se había mezclado con el resto, y estaba disfrutando, los herreros y carpinteros, se habían trasladado a Vallecillo, y compartían su experiencia con los demás artesanos de otros valles. Otra gente de los que antes eran sus mercenarios, disfrutaba de una calidad de vida que se había olvidado hace tiempo, no carecían de nada, la comida llegaba con regularidad a medida que se iba tranquilizando el territorio, disponían de refugios bien construidos que les protegían de las inclemencias del clima, y todos estaban ocupados enseñando a los más inexpertos.

El Valle de la Guerra, se fue poblando poco a poco, se empezó a cultivar algún pequeño trozo de terreno, y la gente se estaba asentando.

Eusina, sin embargo, estaba nerviosa, no era normal que la situación estuviese así, no se veía un solo movimiento en el enemigo. No estaba preocupada, puesto que con el tiempo su ejército se iba fortaleciendo, estaba descansado, y sus improvisados soldados del principio, se iban convirtiendo en buenos soldados, pero estaba nerviosa. Si Edeca decidía atacar por el norte o por el este, haría mucho daño, puesto que esos dos frentes eran débiles. Fuese quien fuese la que dirigía a las “águilas”, tenía que saberlo de sobra, ¿por qué no atacaban?

De nuevo Ana, se ofreció a intentar de nuevo introducirse en territorio enemigo y averiguar algo, y de nuevo Miros, decidió acompañar a su compañera.

En vez de intentar pasar por medio de disfraces, decidieron camuflarse en el terreno, hasta llegar a la retaguardia de los enemigos.

Durante la noche, se fueron acercando a los puestos de guardia, iban en alerta, con la cara manchada de hollín, con ropas oscuras, no se les veía, y eran tan sigilosos, y estaban tan compenetrados, que pasaron desapercibidos. Pero de todas formas, había sido demasiado fácil, Ana recordaba que en su primer intento, había sido imposible pasar, ni de día ni de noche.

No se encontraron vigilancia ni guardia, y en los campamentos que espiaron desde las sombras, no se veía movimiento. Habían decidido internarse por el este desde el río, y quizá por ahí, no esperaban intrusos.

Superaron la zona donde estaban las guerreras, y se adentraron por el valle, pasaron dos poblaciones, y en la tercera, aguardaron el amanecer.

Una vez que el sol iluminó el pueblo, Miros se dio cuenta de la diferencia de aquellas casas con las del resto del Gran Valle, eran robustas, con grandes zonas de huertas y jardines, calles empedradas y limpias.

Llevaban media mañana por el pueblo, y casi no veían gente, finalmente, se acercaron a un río, y preguntaron.

-         ¿Dónde está la gente? –preguntó Ana a un muchacho que acarreaba agua-.

-         La mayoría está enferma.

-         ¿De qué?

-         No se sabe, mi madre dice que por falta de alguna vitamina o algo, todo lo que produce el valle va a parar al palacio de Edeca y al frente.

-         Para las guerreras, supongo.

-         Sí, ellas no están enfermas, aunque si seguimos así, acabarán comiendo lo mismo que nosotros y enfermarán también.

-         Déjame que te ayude –se ofreció Ana-.

-         No, no quiero que vean que me ayudas.

-         ¿Por qué?

-         Tú no eres de este valle, ¿a qué no?

-         No, pero no nos descubras.

-         Si me ayudas te descubrirás tu sola, en este valle, ninguna mujer hace estos trabajos, solo los hombres, y mucho menos ayudarían a un chico como yo.

-         Está bien, cuéntanos algo de cómo está la situación por aquí.

-         En esta parte, la mayoría del frente ha desertado, aquí, se encontraba la parte más marginada del ejército, la de menos confianza, se dice que por aquí no hay peligro, por eso se han enviado aquí, a las sospechosas de preferir a Orey, o más bien a Eusina, para una parte del ejército, era un mito, la heroína a la que admiraban, y tienen envidia del enemigo, porque lucha al lado de la mejor.

-         No dudes de que es la mejor –dijo Miros-.

-         ¿La conoces?, entonces… ¿sois espías?

-         Si, guarda el secreto, y conseguiremos que la epidemia acabe, si nos descubres, para cuando el ejército enferme, casi todos los demás estaréis muertos.

El muchacho se fue encantado, pero seguramente, sería incapaz de guardar el secreto, así que decidieron abandonar el valle por donde habían venido, se encontraban los campamentos repletos de gente, pero al venir de su propio territorio, nadie sospechaba nada, incluso, palparon el ambiente de irritación hacia Edeca que se vivía entre ellos.

Cruzaron otra vez sin problemas, y fueron a dar noticias a Eusina y a Orey, pues era su gente la que estaba expuesta a la muerte.

Orey, se mostró muy triste, no quería una batalla contra su propia gente, pero el hecho de que los inocentes sufrieran una epidemia, la llevó a ser por primera vez líder de todo el campamento, la obligó a tomar decisiones de reina, y eso, no la gustaba nada, era difícil decidir. Eusina, sabía perfectamente cómo atacar, y Klasnic también. Sin embargo, Miros tenía serias dudas, la batalla, costaría muchas vidas por ambos lados.

Finalmente, Orey tomó el mando.

-         Debemos atacar –dijo-, no se puede esperar más, no quiero esperar a que esa gente muera mientras Edeca resiste.

-         Si atacamos cuerpo a cuerpo –dijo Klasnic-, es posible que los muertos en la batalla, superen los muertos por la epidemia.

-         Sin embargo –dijo Eusina-, si atacamos con orden, y siguiendo las tácticas habituales, será demasiado tarde, y no se podrá evitar una epidemia catastrófica.

-         Ana ha ido a buscar a Sara y Andrea, ellas y los otros conocedores de plantas, que habitan con ellas, fueron los que solucionaron el mal que las aquejaba cuando las encontramos –dijo Miros-, podemos intentar hacer llegar lo que sea necesario para esa gente.

-         Se tardará mucho, la guerra es inevitable.

Durante días, se prepararon, se hizo llegar algún que otro remedio a los enfermos, pero sobre todo, se preparó el asalto final.           

            El ataque se produjo por el este, se conquistó la cima del monte y desde allí, se dirigieron hacia el grueso del ejército de las “águilas”. Miros y Klasnic iban uno a cada lado de Eusina, iban destrozando al enemigo, todo se convirtió en un caos.

            El ejército de las “águilas” estaba desprevenido, se dividió en muchos grupos, se desordenó, y poco a poco, fue perdiendo la cumbre, retrocedían poco a poco. Su retroceso les llevaba directamente al palacio de Edeca, pero para entonces, “Queñín”, había entrado en acción, y se había interpuesto rodeando el palacio, Edeca estaba sola.

            Se luchaba día y noche, y después de dos días y dos noches, al amanecer del tercer día, nadie podía más, la sed atormentaba a los guerreros, las víctimas eran demasiadas para los curanderos y cirujanos. Todo el mundo estaba agotado, el campo de batalla iba y venía de un lado para otro, sin que se determinase quien llevaba ventaja. El amanecer revelaba un paisaje dantesco, era un sinsentido.

            Entonces, Orey apareció en un caballo, todo el mundo estaba cansado, los dos ejércitos estaban agotados, no podían ni mover un músculo, y algunos estaban sentados en el suelo al lado de sus enemigos, sin poder ni levantar un brazo. Orey, apareció con la luz del sol, estaba deslumbrante, cabalgaba por medio de la batalla, no gritaba, a media voz, iba ordenando que se detuviesen, amigos y enemigos obedecían, con una lanza sin punta que había encontrado, desde su montura, iba tocando los hombros, los brazos y a veces las espadas de los guerreros, la batalla se iba paralizando a su paso. La mayoría de la gente, hacía muchos años que no veía un caballo, se creía que no había ninguno en el Gran Valle.

            Era un espectáculo, Orey, en todo su esplendor, con toda su belleza, su rubia melena al viento, montada en un caballo negro, no sonreía, pero su rostro mostraba determinación y autoridad.

            La batalla se detuvo por completo, había habido muertos en ambos bandos, pero en ese momento, remitió el odio, les invadió una paz total. Detrás de Orey, siguiendo sus órdenes, una gran cantidad de gente desarmada, traía agua y alimentos para todos, se repartía por igual, no había distinción entre unos y otros. Las “águilas”, no veían a la adolescente rapada que había sido humillada, veían a su reina.

            Orey, miraba en silencio, y todo el mundo miraba hacia ella, las lágrimas rodaban por sus mejillas, no podía evitar estremecerse ante cada muerto y ante cada herido.

            Se dirigió hacia el palacio sin oposición, la gente la seguía. A la puerta del palacio, “Queñín” esperaba su aparición. El palacio estaba vacío, todo el mundo había salido en acto de rendición. Todos excepto Edeca, que se negaba a salir.

-         Orey, yo sacaré a esa víbora –se ofreció Eusina-.

-         No, no entres, te esperará a traición, es muy cobarde.

-         Y, ¿qué harás entonces?

-         ¡”Luna”!

La perra entró como una flecha, y lo que sucedió después helaría la sangre de cualquiera, Edeca no era rival, y pronto se vio acorralada en una pequeña despensa, los gruñidos de la perra, harían estremecer a cualquiera. Cuando Eusina llegó a aquel lugar y abrió la puerta, casi no podía retener a “Luna”, fue Orey quien distrajo a la perra, Edeca estaba acurrucada en un rincón en posición fetal, protegiéndose la cabeza con las manos.

-         Edeca –dijo Orey-, ven, que te voy a hacer un bonito peinado.

-         Te suplico que no me mates.

-         Por tu culpa, ha muerto mucha gente, al menos deberías haber capitaneado a tus soldados, has sido negligente como reina, eres ambiciosa, pero tus ambiciones no van más allá de la sensación de poder y la vida de lujo, no te has preocupado nunca de tus súbditos, quizás porque eran míos y no tuyos. Has empobrecido a todo el Gran Valle con tus impuestos excesivos. Una epidemia está a punto de diezmar la población. No mereces vivir, pero no pienso decidir sobre la vida de nadie.

-         ¿No vas a matarme?

-         No, de momento voy a raparte la cabeza, luego, estarás vigilada continuamente, pero no en un calabozo, sino en el patio de este palacio, donde te espera un trabajo que te sorprenderá, un trabajo que deberías haber hecho antes.

-         ¿Qué trabajo?

-         Miros, Eusina, necesito vuestra opinión dijo Orey ignorando a Edeca-.

-         Ahora eres la reina, puedes decidir sin contar con nadie –dijo Eusina-.

-         Sabes que nunca lo haré. Lo que quiero ahora, es trasladar a todos los enfermos a este palacio, es grande, puede recoger a casi todos los heridos graves, y aquí, se puede preparar la medicación para los enfermos. Estaría bien que fueran trasladados aquí.

-         Llamaremos a los cocineros y curanderos –dijo Klasnic-.








2 comentarios:

Mercedes Vendramini dijo...

Personajes para admirar! Una historia que hará HISTORIA!

Abrazos!

Pluma Roja dijo...

Verdaderamente una gran historia, he estado media hora leyéndola y no me cansa ni me aburre. Felicitaciones.

Saludos cordiales.

P.D. Me adelanto a decirte que estaré fuera dos o tres semanas, cuando pueda por las noches entraré a leeros y comentaros.

Hasta pronto.