jueves, 23 de junio de 2011

7.- MIROS: EL VALLE DE LOS PÁJAROS

El valle de los pájaros, se llamaba así, porque el río Nospe, a su paso por este valle, recibía un afluente, que, a su vez, recibía varios arroyos, que discurrían por el enorme bosque que ocupaba todo el valle, en ambas orillas de este río, los árboles, parecían precipitarse en el lecho de las aguas. Las orillas eran infranqueables en casi todo su curso, salvo pequeños senderos que los animales usaban para beber. Estos árboles, que se entrelazaban en la margen del río, estaban llenos de nidos de aves, se podía decir que no cabía ni uno más. Por eso se le llamaba el valle de los pájaros, a pesar de que en el resto del bosque, la presencia de los pájaros era la normal de cualquier otro bosque.
El Valle de los Pájaros, era el lugar habitual donde se realizaban cacerías por parte de las gentes de otros valles, generalmente del Valle de las “Águilas”, que se encontraba en la otra margen del río Nospe, el Valle de los Pájaros se encontraba al este, y el Valle de las “Águilas” al oeste.
Este valle, estaba casi deshabitado, a no ser por algunos cazadores solitarios, muy difíciles de sorprender, porque el bosque también servía de refugio, a algunos bandidos, ladrones, y otros perseguidos. Incluso, se hablaba de una bruja.
Eusina pensó en pasar una temporada escondidos en este valle, para pasar desapercibidos, y a la vez estar al corriente de las cuevas y de las “águilas”, dada su cercanía de ambos lugares.
El bosque daba lugar entre las mujeres del Valle de las “Águilas”, a infinidad de leyendas y fantasías, y lo mismo, para el resto del Gran Valle. Todo el Gran Valle, estaba atemorizado por las posibles bestias y brujas que habitaban el Valle de los Pájaros. Todos esos pueblos, guerreros y valientes, se veían amedrentados por sus propias supersticiones, normalmente, miedos infundados, pueriles, e incomprensibles para Miros, que jamás en su vida creyó en nada que no pudiese ver.
A medida que avanzaban por el bosque, Miros, se sentía feliz, la humedad y la sombra del bosque, le recordaban los bosques de su niñez, incluso el gorjeo de los pájaros, la corriente lejana del río, el olor… se sentía como en casa. Pero detrás de él, en fila india, iban asustados todos los demás, Miros no se percataba de ello, y Orey, en el último lugar de la fila, tampoco se daba cuenta de nada, absorta en la cantidad de plantas y hongos que veía por todas partes, entusiasmada con las posibilidades aromáticas, culinarias y medicinales de aquellas plantas, tan valiosas, y que estaban allí al alcance de la mano, por un momento perdió de vista a sus compañeros, mientras recogía algunas de esas plantas. Orey se limitaba a seguir a “Luna”, sin preocupación, convencida de que la perra seguía a Miros.
De pronto, Miros se topó con unas cuantas calaveras empaladas en unos palos, o bien colgadas de los árboles, a su vez, en el suelo, huesos humanos, descolocados. Tanto las calaveras, como los huesos, se extendían a derecha e izquierda, como marcando un territorio.
Llegados a ese punto, nadie se atrevió a continuar, ante el pasmo de Miros, que no entendía el por qué de su miedo. Incluso Eusina, estaba asustada, le parecía increíble, que la mejor guerrera imaginable, tuviera tanto miedo de unos simples huesos.
-No tengo miedo de los huesos -le dijo en un aparte-, tengo miedo de la bruja que vive más allá de este límite. Nadie, ni bandidos, ni cazadores, ni invasores, nadie atraviesa jamás este límite. Incluso aquí corremos peligro de que nos despoje de nuestra carne con sus hechizos y desparrame nuestros huesos por su territorio.
-No puede ser lo que estoy oyendo, Eusina, que tengas miedo ¡tú!
-Si mi espada pudiera contra esa bruja, entonces no tendría miedo.
-¿Alguna vez la has visto?
-No, nadie la ve, tiene que ser muy vieja, pues desde siempre he oído de desapariciones en este bosque, pero nadie que la haya visto ha regresado.
-Una sola bruja, Eusina, no me da miedo. -respondió Miros.
-No puedo evitarlo. Nadie del Gran Valle puede evitarlo. -dijo Eusina.
-Voy a traspasar ese límite, lo haré solo, si no vuelvo, idos de aquí, podéis esperarme hasta el anochecer, quedan muchas horas de día, veremos si esa bruja, existe más allá de vuestra propia superstición.
-No comprendo -dijo ella-, no temes por tu vida, a pesar de que estás viendo como terminaron los que lo intentaron.
-Mira, Eusina, de joven, las supuestas brujas de algunos bosques, me ayudaron, me dieron comida, cobijo, y tengo que decir que solo la superstición, y el miedo a sus conocimientos sobre las plantas que nos rodean a todos nosotros, hicieron que se aislasen de los demás.
-Con esta bruja te equivocas, si no fuese una bruja, cómo se explican los huesos, su longevidad, hace más de cien años que desaparece gente por aquí.
-Eso es lo que quiero saber, Eusina,cuando vuelva te lo cuento.
-Te advierto que nos iremos de aquí antes del anochecer, no pienso pasar la noche cerca de este lugar.
En ese momento llegó Orey entusiasmada con sus hierbas, con sus setas, que traía recogidas en un paño, mientras Miros se adentraba en aquel lugar, Orey, sin parar de hablar, seguía a “Luna”, que a su vez seguía a Miros en aquel siniestro sendero.
-Orey, ¿dónde vas?, ¡no puedes entrar ahí! -gritó Eusina.
-¡Pero si voy con Miros!
-No ves que es el territorio de la bruja. -gritó de nuevo Eusina sin atreverse a seguirles.
-Bueeeno, no te preocupes, ya se lo explicaré todo cuando la vea. - y siguió hablando para sí- ¡Bueeeno! ¡cómo está esto de huesos!, debía ser un cementerio o algo así, o a lo mejor hubo aquí una batalla - dijo a Miros, que era el único que podía oirla-.
-Orey, ¿tu no tienes miedo a la bruja? -preguntó Miros-.
-¿La bruja?, ¿Qué es una bruja?, yo no se lo que es una bruja.
- Mejor, Orey, mejor. Sígueme anda.
Orey, en su vida apartada de todo, recibió información solo de lo que su madre y su abuela querían, y aparte de eso, su afición por las plantas, por los aromas, y otras sustancias, que aprendió de las cocineras que la servían en el Valle de las “Águilas”. Pero nadie habló nunca con Orey de brujas, encantamientos ni supersticiones, en su cerebro práctico, no había sitio para cosas sobrenaturales, pues no las entendía. Seguía a Miros y a “Luna”, tan contenta, sin miedo de nada, pues no tenía constancia de ningún peligro.
Miros caminaba cada vez con más dificultades, pues la vegetación era cada vez más espesa. El bosque allí, formaba un muro infranqueable, y a pesar de su curiosidad, se temía que tendría que dar media vuelta, y regresar con los demás, sin embargo, cuando se decidió a regresar sobre sus pasos, vio como Orey, que seguía a la perra ensimismada con sus pensamientos sobre hierbas, avanzaba por otro lado, parecía seguir un sendero que Miros no podía ver. Decidió seguirla, y pronto se dio cuenta, de que a pesar de lo impenetrable de aquel sendero invisible que seguía “Luna”, las ramas eran pequeñas y cedían fácilmente, franqueando el paso con flexibilidad y sin romperse.
Siguieron así durante una media hora, dando curvas, girando hasta perderse, sin ver apenas la luz del sol. De pronto, el bosque comenzó a ser menos denso, el sendero empezó a ser visible, y luego, al poco tiempo, caminaban entre algunos árboles frutales, separados unos cinco o seis metros unos de otros, estaban en flor, pero se veían las ramas de las podas recogidas en montones. Caminaron unos metros más, y se toparon con un claro soleado, cuidado, con su huerta y su casa de madera en el medio. No se veía a nadie, se fueron acercando a la casa, Orey canturreaba tan contenta, si darse cuenta de lo excepcional de aquel lugar en medio de un bosque. Estaban muy cerca de la entrada de la casa, y no se veía a nadie. De pronto “Luna” salió disparada detrás de un gato… sí, un gato, ambos dieron unas vueltas armando un gran alboroto, que terminó cuando Orey, temiendo por la vida del gato, corrió veloz y recogió al gato cuando éste ya estaba a punto de ser mordido. El pobre gato miraba asustado desde los brazos de Orey a su perseguidora, que, a una orden simultanea de Orey y de Miros, se detuvo en seco. Orey, se reía con todas sus ganas.
La puerta de la casa se abrió de pronto, y una mujer joven, de unos treinta años, apareció por ella, estaba asustada, sorprendida de verlos allí, hizo ademán de entrar de nuevo, pero en el giro, cayó desmayada.
Orey soltó el gato, y corrió hacia ella, estaba inconsciente. Miros, recogió aquel frágil cuerpo, pesaba muy poco, y ardía de fiebre. Cuando entraron el la casa, lo primero que vieron fue un desorden que se contradecía con los cuidados alrededores de la casa, algunas ollas sin lavar, ya muy usadas, comida fría, y lo más sorprendente, a otras tres supuestas brujas en otros tantos camastros. Miros depositó a la que llevaba en brazos en el camastro que quedaba libre, mientras Orey examinaba a las otras mujeres.
-Miros, estas mujeres, están enfermas, todas ellas tienen fiebre, necesitamos que ese joven que nos acompaña vea como están, el sabe algo de curas y de medicinas.
-Iré a buscarle.
-Que traiga su bolsa de medicinas.
-¿Te quedas?
-Sí, me quedo, esto necesita una limpieza, y ellas también, llévate a “Luna”, así llegarás antes.
-Intentaré convencerles a todos de que me acompañen, este lugar parece más seguro que donde se encuentran.
Miros salió corriendo, la perra, entendiendo la prisa de éste, enseguida se puso al frente. Hicieron el recorrido de vuelta mucho más rápido. Cuando salieron por fin, todos se asustaron, al no ver con Miros a Orey, sobre todo Eusina, que ya estaba muy nerviosa de por sí. Casi no dejaba que Miros se explicase, le atosigaba a preguntas. Finalmente, se hizo entender, pero le llevó más tiempo convencerles a todos de que le siguiesen. Lo consiguió a duras penas.
Cuando llegaron a la casa de las brujas, era ya muy avanzada la tarde. Entre todos, montaron un campamento en los alrededores, como no veían nada que indicase que aquellas mujeres eran brujas, se fueron tranquilizando, aunque a ello ayudó mucho, el grave estado en que se encontraban esas mujeres.
Orey, estaba muy preocupada por la mayor de todas ellas, que era ya muy anciana, estaba muy grave, y la fiebre era muy alta, deliraba, y las infusiones que en las otras tres estaban haciendo un buen efecto, en ella parecía empeorar su estado.
Dos de aquellas mujeres, eran idénticas, parecían gemelas, la otra, era muy diferente, pero de una edad similar, las tres rondarían la treintena de años, mientras la anciana, parecía rebasar los setenta.
Los componentes del grupo, fueron explorando el terreno, y se fueron tranquilizando, sobre todo después de pasar la primera noche sin percance alguno, el lugar era más bien tranquilo, y aunque no se veía ninguna muralla, era sin duda una fortaleza.
En la segunda noche, las jóvenes mujeres fueron mejorando, y recuperaban poco a poco el conocimiento, abriendo momentaneamente los ojos, sin reconocer a las personas que veían. En la cuarta noche, la anciana murió. Orey, lloró de impotencia, pero se sobrepuso de repente, y de nuevo se hizo cargo de todo. Envió a unos a buscar comida fuera en el bosque, dado que en aquella cabaña no había comida para todos. A otros les encomendó tener agua siempre disponible, a otros calentar parte del agua para cocinar y asear a las enfermas, ella misma, acompañada de Eusina, salió en busca de comida ligera, alguna verdura. También envió a Miros al río a intentar pescar algún pez. En unos minutos organizó aquel lugar de modo que todos estaban ocupados.
En su quinto día allí, todo funcionaba, todos tenían una función, algo en lo que estar ocupados. Una vez los trabajos más urgentes estuvieron realizados, se comenzó a construir un tejado que protegiese a todos los que estaban fuera de la casa en caso de lluvia, porque en esos días de primavera, por dos veces, la mitad de ellos, se habían empapado.
Miros, no se fiaba de estar protegido por unos huesos inofensivos, que funcionaban solo con supersticiosos, así, patrullaba de vez en cuando el perímetro de huesos, y estableció turnos para ello, también salía de vez en cuando alguien a explorar por el resto del bosque.
Cuando aquellas mujeres recuperaron el tono, estaban tan asustadas, que el miedo irracional que habían tenido en aquel grupo por temor de que fuesen brujas parecía ridículo, incluso, no había en la casa nada que indicase la preparación de pócimas o de brebajes, tan solo utensilios normales en cualquier casa.
- ¿Quiénes sois? -preguntó una de ellas-.
-No tengas miedo -dijo Orey-.
-No lo tengo, si quisieras hacernos daño, no te habrías molestado en salvarnos.
- No te preocupes de quiénes somos, somos amigos -dijo Eusina-, nosotros creíamos que erais brujas.
-De eso se trata, de aprovechar que la gente del Gran Valle es tan supersticiosa, que eso nos protege.
-Ya, pero ¿cómo explicas todos esos huesos?
-Esos huesos, pertencen a un cementerio muy antiguo que se encontraba en este lugar, hace muchos años, la primera mujer que llegó aquí los encontró al excavar su huerto, como tuvo miedo, y no quería abandonar lo que ya había construido, fue llevándose los huesos lo más lejos que pudo, no con la intención de asustar a nadie, sino para espantar su propio miedo, aunque sin darse cuenta, marcó un territorio, al perímetro de huesos, se han ido sumando otros huesos encontrados en el bosque de otras personas, e incluso los huesos de las anteriores residentes de este lugar, forman parte de él, durante muchísimos años, en este lugar se han sucedido varios habitantes, ha habido algunos hombres, pocos.
-No entiendo nada -dijo un joven, y llegado a este punto, cada persona estaba pendiente de la historia de aquellas mujeres.
-¿Cómo os llamáis?, yo me llamo Orey.
-Yo me llamo Ana, -Miros se estremeció al oír el nombre de la que fue su mujer-, y ellas son Sara y Andrea, son gemelas.

viernes, 17 de junio de 2011

6.- MIROS: EL DESAFÍO

Miros no lo planteó, en la primera cueva que encontró, allí lanzó el desafio. Plantado al pie del poblado, vio como desde el fondo, donde se encontraba la cueva propiamente dicha, se acercaba un hombre corpulento, todo el mundo se apartaba a su paso, no se trataba de Quinos, el cabecilla de aquellos bárbaros, tampoco se trataba de Nano, porque su cueva era la más lejana. No sabía quién era, su aspecto era feroz, al igual que sus armas, un hacha grande, y una espada aun más grande.
- Soy Oktú, ¿acaso no has oido hablar de mí?, ¿cómo te atreves a desafiarme?, ni siquiera eres de los nuestros.
-Yo soy Miros, con eso te basta, y te lo digo para que sepas quién te ha dado muerte.
-Otros muchos han dicho eso antes, pero ninguno ha sobrevivido. claro, que ninguno fue tan cobarde para hacerse acompañar por la gran Eusina.
-Yo no intervendré, Oktú,-dijo la aludida-, a menos que la pelea sea injusta y tratéis de luchar más de uno. Mientras la pelea sea entre tú y él nada más, yo no haré nada.
-Está bien, para que esperar más, hace tiempo que no me divierto.
Oktú se despojó de su capa, y cogió su hacha con las dos manos, se acercaba a Miros que ya estaba preparado con su espada. Oktú venía sonriendo, seguro de sí mismo. Miros no tenía miedo, si moría, quizás iría a reunirse con sus seres queridos, además, aquel hombre se acercaba con movimientos altivos, sin guardar ningún tipo de precaución, como si fuese a matar a un cordero.
Había niebla, mucha humedad, frío. Cuando Oktú estuvo a diez metros de distancia, comenzó a correr en dirección a Miros, éste, no se movió hasta el último momento, entonces, hizo una finta, saltó a un lado esquivando el hacha por milímetros. Cuando el hacha golpeó en el suelo donde antes había estado Miros, ya no se movió más, la sangre de Oktú saltaba a borbotones de su cuello, donde Miros le había herido con un movimiento tan rápido, que casi nadie lo había visto. La sangre cubrió el hacha y el suelo, y Oktú murió rápidamente. Una mujer, anciana ya, cogió el hacha, con el que apenas podía, y se ensañó con el cadáver, poco a poco, otras mujeres y jóvenes, fueron apartando a la anciana, algunos la imitaron con cuchillos y otras armas improvisadas. No quedó nada reconocible de Oktú.
Eusina y Miros estaban espantados, pero al no ser conscientes de la mala vida que esas personas habían llevado en aquella cueva, no se decidieron a intervenir. Recogieron sus cosas, y se dirigieron a otra cueva. Los habitantes de la cueva de Oktú, al ver que Miros no ocupaba la cueva, se sorprendieron y no supieron qué hacer al verse libres por primera vez en sus vidas, algunos se reían y otros gritaban, algunos jóvenes seguían a distancia a Miros y a Eusina. Era la primera vez que veían a Eusina, pero su fama la precedía, y las hazañas que de ella habían oído, la habían convertido en su heroína, no podían creerse que la misma Eusina, la mejor guerrera de las “águilas”, hubiese venido a ocuparse de ellos.
Al mirar atrás, Miros, veía preocupado a la veintena de jóvenes que les seguía, no sabía si le seguían porque querían vengar a su jefe o por curiosidad. Cuando acamparon para pasar la noche, los jóvenes, se acercaron sin hablar, se encargaron de preparar la hoguera, de buscar qué comer, icluso de cocinarlo.
Miros se sentía halagado. Eusina, se sentía avergonzada de que los jóvenes la sirvieran, y se puso a ayudar.
Casi no pudieron dormir, les hacían multitud de preguntas.
Al día siguiente, reanudaron el camino, y a media mañana, llegaron a otra cueva, según sus compañeros de viaje, era la cueva de Quinos. Miros recordó que Quinos era un salvaje pequeño y peligroso, el cabecilla de todos los demás. Tendría que tener más cuidado, y si, intentaba humillarle y jugar con él como le había contado Nuño, se aprovecharía de eso para vencerle.
Quinos le había visto venir de lejos, no sabía nada de lo sucedido con Oktú, pero al ver a los acompañantes de Miros, dedujo lo que había sucedido. Antes de que llegasen hasta él, envió un mensaje advirtiendo de la situación a las otras cuevas, uno a Queñín, otro a Lato, otro a Nano y otro a Mutiu.
- ¡Quinos!, me llamo Miros, y vengo a desafiarte.
-No te conozco, y sin duda, tú mi tampoco, si no, no te atreverías a desafiarme, a no ser que quieras morir, y te aseguro, que hay otras maneras más rápidas y menos dolorosas para morir.
-No quiero morir. No voy a morir-respondió Miros-. Solo voy a matarte, no creo que me muera por eso.
-Eres muy valiente, o muy tonto para decir eso. De todas formas, hoy no lucharé contigo, vuelve mañana.
-Bien, volveré mañana, ya veo que no tienes valor para luchar contra mí sin que te protejan tus amigos.
- Tu lo has querido, esta noche, mis perros comerán lo que quede de ti, a no ser… que todavía te tenga un poco vivo.
Quinos se preparó para la lucha. En una mano llevaba una espada no muy grande, pero se la veía bien equilibrada. En la otra mano, un puñal corto. Cuando se acercó a Miros, Quinos, se mostró mucho más prudente que Oktú, sus movimientos eran felinos, precavidos, y no atacó, esperaba el ataque de Miros, éste, no tuvo más remedio que comenzar la lucha. Pronto se demostró que Quinos era mucho más peligroso que Oktú, pero no era rival para Miros, o eso parecía… porque cuando Miros ya había empezado a creer que vencería fácilmente, quinos modificó su ataque con un ímpetu renovado, que a punto estuvo de sorprender a Miros. Aquel hombre, se las había ingeniado para perfeccionar una técnica, con la cual, atacaba con el puñal corto muy rápidamente, a la vez que distraía con la espada. Miros se veía incapaz de parar aquel torbellino, hizo una voltereta para tomar un respiro, en ese instante, Eusina le lanzó una de sus espadas, Miros la asió con su mano izquierda, y pudo parar a tiempo el nuevo ataque.
Durante unos minutos, el final del combate era incierto, Quinos se había dado cuenta de que enfrente no tenía un rival cualquiera, y se estaba tomando la pelea muy en serio. Miros empezó a sentirse cansado, las vivencias de los días precedentes, empezaban a hacerle mella. Se dio cuenta de que no podría resistir mucho tiempo, y en cuanto su adversario se diese cuenta, no arriesgaría, limitándose a desgastarle. Tenía que precipitar el final lo antes posible. Imitando un movimiento que Eusina había usado contra él en su primer encuentro, consiguió, aprovechando la inercia del ataque de Quinos, que éste saliese despedido unos metros, mientras se volvía, Miros lanzó la espada de su derecha con todas sus fuerzas y con toda la puntería de que era capaz contra Quinos, y acto seguido saltó hacia él, mientras Quinos desviaba la espada que volaba hacia su cuerpo, Miros descendió de un salto clavando la espada de su mano izquierda en el cuerpo de Quinos, la espada entró por el pecho y salió por un costado. Las armas de Quinos cayeron al suelo. La última mirada era de incredulidad. Murió. Se hizo un silencio sepulcral, la gente miraba atónita al invencible vencido.
Otra vez una mujer, salió de entre la multitud para intentar poner una cuerda alrededor del cuello de Quinos, al igual que el había hecho con algunas personas, pero la mujer no era capaz, todo su cuerpo temblaba y se estremecía. Eusina, retiró la espada del cadáver, la limpió y dijo:
-Has tardado mucho, si te descuidas te mata.
-Era un buen guerrero -dijo Miros-, Eusina, mejor que la mayoría de los que he visto. No me mires así… ya se que tu habrías tardado menos.
-Estás sangrando…
Y en cuanto dijo eso, varias personas se acercaron con la intención de curar a Miros, que tenía un corte en el costado. No era grave, pero dado que se avecinaba tormenta, podría costarle una derrota, y con ello la vida.
El cuerpo de Quinos estaba siendo arrastrado por el suelo en dirección a los perros, pero Eusina, no lo permitió, y obligó a todos a dejar al muerto en la entrada del poblado por donde, sin duda, no tardarían en llegar los otros.
Mientras ocurría todo esto, el mensaje había llegado a todas las cuevas, y tanto Nano como Lato y Mutiu, se dirigieron hacia la cueva de Quinos. También Queñín debía dirigirse hacia allí, porque si Miros había fracasado, irían a por él si no acudía, no temía la derrota, tenía suficientes jóvenes para derrotarlos, pero no podría evitar algunas bajas que, en ese momento no interesaban, eso, aparte del cariño y afecto que tenía por todos ellos. Eso si, se demoraría en llegar todo lo que pudiese.
Cuando Nuño y Gilés divisaron desde la montaña, que Nano abandonaba su cueva, fueron de cueva en cueva, explicando lo que sucedía, y en cada una de ellas, el grupo iba creciendo a medida que se acercaban a la cueva de Quinos.
Cuando llegaron los tres, Nano, Lato y Mutiu, lo primero que vieron fue el cuerpo de Quinos, y entonces se dieron cuenta de que quien desafiaba, era poderoso, demasiado para cualquiera de los tres por separado, no veían ni a Quñín ni a Oktú. No sabían qué pasaba, si el vencedor había tomado posesión de la cueva, o si representaba un problema mayor.
Eusina, les explicó, que tendrían que enfrentarse a Miros todos ellos, omitiendo el detalle de que Miros, no estaba bien. Les advirtió de que si intentaban luchar más de uno a la vez, ella entraría en el juego a favor de Miros.
- No haremos tal cosa, que se conforme con esta cueva.-dijo Nano.
-No quiere la cueva, solo quieres mataros.
-¿Por qué?, ni siquiera sabemos quién es.
-Es un favor que le debe a alguien.
-¿A quién?
-¡A mí! -gritó Nuño desde lo alto de la montaña, y por todas partes, aparecieron hombres, mujeres y jóvenes de todas las cuevas rodeando todo el poblado de la cueva de Quinos.
-Esperaremos a los otros, y lucharemos juntos contra el forastero, y… Eusina, si decides luchar… pues lucharemos.
-No esperéis, no hay nadie más, Oktú ha sido derrotado por Miros, y Queñín no ha venido.
-¡Vendrá!
- Aunque venga, no intervendrá, porque a él nadie le está desafiando, solo a vosotros.
-¡Claro!, no podría con él.
- Tampoco parecía que pudiese con Quinos. Pero no es por eso, aquí, se va a luchar por la libertad y la injusticia, y Queñín es justo, y su gente es libre.
Dicho esto, Miros cayó al suelo muy debilitado por la herida, no podría luchar una vez más de momento. Pero Nano, secundado por Lato y por Mutiu, se percató de la situación y atacó.
Eusina, se interpuso entre ellos y Miros, sacó sus espadas, y todos los presentes supieron el por qué de la fama de Eusina. El combate, como casi todos los de ella, duró apenas un minuto, a medida que los tres llegaban, cayeron sin saber por dónde habían sido heridos, los tres estaban muertos, las heridas que Eusina provocaba, nunca eran al azar, siempre eran mortales y precisas.
La gente estaba boquiabierta, en dos días, Miros y Eusina, habían puesto fin a muchos años de esclavitud e injusticia. Eran unos héroes, no todo el mundo odiaba a los jefes muertos, pero en una sociedad donde los cambios de jefe y las muertes estaban al orden del día, pronto se acostumbraron a la nueva situación.
Aquella gente quedaba libre, y no sabía que hacer con su libertad. No sabía hacia dónde ir, ni qué hacer. Muchos se quedaron donde estaban, otros se unieron a Queñín. Aquel hombretón, estaba complacido, ver a toda esa gente libre, protegida por él y su pequeño séquito de jóvenes, era el sueño de su vida.
En los días que siguieron, surgieron infinidad de problemas, que se fueron resolviendo poco a poco, unos mejor que otros. Crear una nueva sociedad, nuevas normas y nuevas costumbres, sería difícil y llevaría tiempo, tanto como olvidar las antiguas.
Gilés y Queñín, intentaban encontrar una nueva forma de gobierno, que impidiese la anarquía y disgregación de aquella gente. Aun así, algunos decidieron marcharse de aquel lugar, y unos pocos, decidieron seguir a Miros y a Eusina fuesen donde fuesen.
De esta manera, Eusina, primero intentó deshacerse de ellos, y luego, intentó enseñarles lo más básico para luchar.
En cuanto Orey se unió a ellos, surgió una cualidad innata y desconocida en ella para la intendencia de un campamento. Sorprendentemente, se encargó de organizar a todos, las comidas, las letrinas, los trabajos, los enfermos, los animales, hasta el punto de que se formó una cola delante de ella para preguntar qué hacer.
Orey no tenía, ni había tenido ninguna deficiencia, era infantil, si, pero era muy inteligente si le interesaba el tema. La lástima que sentía por toda aquella gente, la hizo pasar a la acción, y el hecho de tener a “Luna” pegada a sus pies, imponía respeto y seriedad.
En dos semanas, Miros estaba recuperado, Eusina, había escogido algunos jóvenes con cualidades para defender aquella zona, que en adelante seguirían a las órdenes de Queñín. No se pudo evitar que una quincena de jóvenes, se empeñase en acompañar a Miros y Eusina. Orey, una vez tuvo todo más o menos organizado y orientado a un buen funcionamiento, no se planteaba otra cosa que acompañar a Eusina aunque ésta se dirigiese al mismísimo infierno.
Tal era la desenvoltura de Orey, que Gilés y Queñín, la ofrecieron liderar a todo aquel pueblo, siendo ellos, los encargados de la formación como personas y de la formación como guerreros respectivamente, pero Orey no era ambiciosa, y no quería llamar la atención de las “águilas” que la perseguían sobre aquel pueblo.
Sin embargo, Eusina, tenía a las “águilas” continuamente en la cabeza, tenía una deuda pendiente con ellas, y algún día se la cobraría.
Por fin un día, Miros decidió que debían irse. Eusina, estuvo de acuerdo, y un grupo compuesto por ellos dos, Orey, y una quincena de jóvenes, hombres y mujeres, partieron de nuevo.
Eran un grupo pequeño, que se había unido a la loca idea de Miros de hacer justicia allí donde fuesen. Su vida se presumía muy corta.
Y así, se encaminaron desde las montañas hacia el primer valle.

miércoles, 15 de junio de 2011

MAPA CHAPUCERO



No os riaís que os veo. Y encima se ma ha olvidado una cueva.

Se admiten versiones mejoradas.

Sí, me confieso, soy un chapucero.

sábado, 11 de junio de 2011

5.- MIROS: EUSINA Y OREY

El valle de las “águilas”, estaba situado hacia la mitad del Gran Valle, comenzaban sus dominios a orillas del río Nospe, y se adentraba hacia el oeste, en dirección a unas altas montañas, este valle, era de los más grandes que formaban el Gran Valle, y en el vivían las “águilas”, eran unos pueblos gobernados por las mujeres, como las amazonas, era un claro matriarcado, algo radical, hasta el punto de que apenas vivían hombres en las poblaciones principales.

Estaban gobernadas por una líder, cargo generalmente hereditario de madre a hija, o de abuela a nieta, algunas veces de tía a sobrina. Esta líder era instruida desde su nacimiento. A parte de ésta, había una compleja jerarquía, en esta jerarquía, destacaba el puesto de generala de los ejércitos. Encabezado casi siempre por la mejor guerrera, el puesto se conseguía después de años de ir ascendiendo por una larga cadena de niveles, hasta llegar al último, que consistía en vencer en combate a la actual generala, cosa que sucedía muy de tarde en tarde.

En este valle, desde tiempos remotos, dominaban las mujeres. La leyenda dice, que en un principio, era un pueblo normal en el que convivían por igual, los hombres y las mujeres, pero cada vez que eran invadidos por otras tribus mas belicosas, huían dejando todas sus pertenencias, que eran saqueadas o quemadas. Un día, la paciencia de las mujeres se agotó, y ante la cobardía y la pasividad de sus hombres, decidieron prepararse para la batalla, y hacer frente a los invasores, no eran muy duchas en la guerra, pero cuando una mujer defiende su hogar, su seguridad, su vida, y sobre todo sus hijos, puede llegar a ser invencible. Y así sucedió, mientras los hombres huían como otras veces, las mujeres defendieron el valle. A pesar de las muchas bajas causadas por las huestes invasoras, hicieron retirarse a éstas. Para cuando los hombres regresaron, indignadas, porque podrían haber conseguido una victoria mucho antes si hubieran contado con ellos, volvieron a coger las armas para expulsarlos de allí, haciendo que se retirasen a los confines del valle, a los lugares limítrofes y más alejados, que era donde seguían desde entonces.

Efectivamente, allí seguían, a la entrada del valle, al final del valle, y algunos, entre ellas, muy pocos, y para eso debían de demostrar gran valor, a veces en la guerra, y a veces con otro tipo de habilidades.

Por supuesto, las mujeres no prescindieron de los hombres, y siguieron comerciando con ellos, incluso, de vez en cuando, y solo cuando ellas querían, tenían relaciones con ellos, y les dejaban comerciar. Ahora, cada temporada del año, eran unos u otros, dependiendo de los productos, quienes estaban autorizados a entrar en los poblados principales. De esta manera, nunca había muchos hombres por allí, aunque eso sí, siempre había hombres disponibles.

En los poblados limítrofes, donde vivían habitualmente los hombres, también había mujeres, algunas castigadas y desterradas, otras venidas de otros valles, y otras porque lo decidieron así.

Los niños, al igual que en las cavernas, iban siendo, poco a poco, desplazados de los poblados de mujeres, para terminar lejos, a veces con su padre, si es que sabían quién era éste. Alguna vez, algún niño, se quedaba, pero siempre viviendo menospreciado e ignorado.

Las niñas se criaban con amor, y se las entrenaba para las diversas tareas que se realizaban, eso sí, todas ellas, eran buenas guerreras, temibles en la lucha, todas ellas eran entrenadas para luchar, incluso aquellas que no formaban parte del ejército permanente, eran entrenadas, las “águilas”, eran un ejército fuerte y organizado, muy bien estructurado. Eran grandes estrategas.

La mejor guerrera era Eusina, pero ella, no era generala de los ejércitos.

Eusina, fue abandonada al nacer, no era hija del valle de las “águilas”. Eusina nació en un poblado de hombres, nació de una mujer que no se atrevió a dejarse ver con ella, porque sus rasgos eran claramente iguales a los bárbaros guerreros invasores, aquellos brutos, la habían violado, al vivir tan lejos de la protección interior del valle, la sorprendieron, no pudo huir, al principio de su embarazo, pensó en dejar morir a la criatura, se devanó los sesos pensando si tendría valor para hacerlo. Luego pensó, que si, tal vez, era niño, nadie se fijaría en él, pero si era niña, tendría que esperar que no fuese tan morena como los invasores, que no tuviese ese pelo tan negro, porque la matarían, matarían a las dos.

Cuando nació Eusina, ya no hubo dudas, era muy morena, y con el pelo muy negro. La madre, durante el embarazo, había llegado a la conclusión de que no podría matar a la criatura que había llevado dentro. No sabía que hacer, estaba asustada. Al no saber tomar una decisión, se la ocurrió, que lo decidiese la generala del ejército. No quiso arriesgar su propia vida, así que, dejó a la niña en la casa de la generala, huyó de allí, y se fue del valle para siempre, para no saber el final, porque pensaba que si llegaba a saber de la muerte de su hija, no podría vivir con ello en su conciencia, prefería ignorarlo para siempre.

Cuando la generala se encontró a la niña en su casa, lo primero que pensó, fue en matarla, pero luego, su instinto de guerrera la hizo preguntarse, qué podría conseguir de aquella niña, si ésta, poseía los genes de su padre obviamente un invasor, y sin duda un gran guerrero, como todos ellos, todo eso unido, a su propio entrenamiento. Al día siguiente, comunicó el hecho, a la líder, y expuso su proyecto de entrenar a la niña, para ver si realmente tenía cualidades.

Antes de que la niña pudiese comenzar a ser entrenada, la generala, ya le había cogido cariño, ante la ausencia de hijas, puesto que de sus dos embarazos, solo había tenido dos hijos, se volcó con Eusina, y no se vio defraudada, a los diez años, ya era evidente, que Eusina no tenía límites.

Bajo la tutela de su madre adoptiva, iba aprendiendo cada vez más, hasta que la generala, ya no podía enseñarla nada más. Ella misma, era autodidacta, y cada vez, era más mortal con sus armas.

Pero, Eusina, no ascendía por la jerarquía del ejército, sus rasgos, delataban su procedencia, y por ese motivo, era discriminada desde su infancia, no tenía amigas, estaba sola con sus armas, por eso se dedicó a entrenar como si no tuviese otra cosa en el mundo, era despreciada por el resto, pero se la respetaba, porque era la protegida de la generala, más tarde era respetada, porque era invencible en combate.

Eusina, no pudo ascender, si hubiera podido, sería sin duda, generala, la mejor que habían tenido jamás, pues no se conocía a nadie como ella. No pudo ascender, pero las demás sí, y un día llegó el momento en que una de las capitanas, desafió a la generala, a su madre adoptiva. No era un combate a muerte, pero cuando una generala era vencida, la retirada era bochornosa, Eusina, antes del duelo, en medio del campo de entrenamiento, abandonó su habitual entrenamiento a solas, y se encaró a la capitana, ésta sonrió, y atacó, pensando que Eusina, estaba sobrevalorada, pero de un solo movimiento, la capitana cayó al suelo, su columna dañada, no volvió a andar. Nadie desafió nunca más ni  a Eusina, ni a la generala, hasta el día en que esta murió en combate contra los invasores, ellos, siempre ellos.

La muerte de su madre adoptiva, la sumió en la tristeza, se encontró sola.

Todas las tardes, cuando todas las demás abandonaban el lugar de baño en el río, ella acudía a bañarse sola, la gustaba bucear, y en una de sus inmersiones, se topó bajo el agua con una cueva natural, que ascendía hasta salir del agua. Oculta a la vista, la cueva tenía mucha claridad, que entraba por una enorme abertura que tenía hacia un lado. Eusina se encontraba muy a gusto allí, y frecuentaba la cueva.

Un día, descubrió en la cueva una cinta del pelo, una de las que se usaba habitualmente, era imposible saber de quién era, pero ahora sabía que no era la única que conocía aquel lugar. No quería perder aquel refugio, no tenía amigas, y la intimidad de la cueva la reconfortaba. Recogió el coletero que estaba perdido en una grieta, no sabía que hacer con él, y no quería buscar a su dueña, porque si no, sabrían de su refugio, fuese quién fuese la dueña. Salió de la cueva, buscó una pequeña pizarra, cogió algunas tizas, y lo introdujo en la cueva. Puso todo a la vista, el coletero al pie de la pizarra, y en ella escribió un mensaje diciendo “he encontrado este coletero”. No escribió nada más, no quería asustar a su propietaria, porque en cuanto supiese su identidad, la rehuiría.

A partir de ese día, cada tarde, encontraba una respuesta a sus mensajes: “gracias, te lo agradezco mucho”, “no tiene importancia”, “te ruego que no comentes mi presencia en esta cueva”, “ni tu la mía”, etc.

En esa cueva, encontró la amiga que nunca había tenido. No quería preguntar su nombre, porque tampoco quería revelar el suyo, lo extraño, es que la otra mujer, tampoco preguntaba, era obvio, que las dos preferían ocultarlo.

A través de la pizarra, fueron descubriendo la soledad de cada una, y esperaban con impaciencia los mensajes de la pizarra, e incluso, algunos regalos que comenzaron a dejarse. Un día, Eusina se encontró una especie de líquido para lavar su pelo y su cuerpo, olía muy bien, de una forma muy peculiar, diferente a los que usaban otras mujeres.

A veces, Eusina se preguntaba, cómo podía ser que su nueva amiga, no coincidiese con otras mujeres en el baño, o si a lo mejor, acudía sola después, o si se estaría riendo de ella con sus amigas, o si sería capaz de bañarse por la mañana, cuando el agua aun estaba muy fría. Pero no importaba, porque tenía una amiga, que era lo único que la impedía huir de aquel valle para siempre. No tenía curiosidad por saber quién era, a veces, por los mensajes, deducía que era una adolescente, pero otras, cuando descubría alguna huella, veía que era una persona adulta, no conocía a nadie que pudiese corresponderse con algunas de las cosas que le decía en la pizarra.

Durante casi dos años, se contaron cosas en la pizarra, sin saber con quién estaban hablando, se regalaron cosas, se echaron de menos cuando por algún motivo no acudieron a la cueva en determinados días, se gastaron bromas siempre que leían un “estoy triste”.

La relación era extraña, Eusina, trataba de imaginar quién sería su amiga de entre todas las mujeres que vivían allí, pero pronto desistía de averiguarlo, porque no la gustaba ninguna de ellas, el día que lo supiese se terminaría el juego para siempre.

El día que lo supo, empezó todo.

Aquel día, era algo más tarde cuando se introdujo en la cueva. Al pie de la pizarra, estaba depositado con mucho cuidado, sujetado con el coletero que comenzó con aquella amistad, todo el pelo rubio de la cabellera de una mujer. En la pizarra, estaba escrito, “ahora, ya sabes quién soy”.

Orey, era Orey. Orey, era el caso contrario de Eusina. Orey, había nacido dentro de la familia de más alta alcurnia, nació después de cinco hermanos, todos varones, su madre era bastante mayor cuando nació, lo cual dio lugar a una pequeña deficiencia, casi no se notaba, es más, no se notó durante mucho tiempo, y es que Orey, fue normal hasta la adolescencia, donde su edad mental pareció quedar estancada, era igual que una niña, pero con unas facciones portentosas, todo su físico era un portento de belleza. Su madre, se volcó con ella, Orey, era la heredera del liderato de las “águilas”, puesto que su abuela, poseía ese cargo.

Pero al llegar a la adolescencia, y ver que Orey no maduraba, tanto su madre como su abuela, ocultaron este hecho a las demás, y apartaron a Orey del mundo social, educándola en solitario para ser una líder decente. Resultaba muy difícil, hacer que Orey tuviese picardía, maldad, o cualquier otro sentimiento que no fuera estar contenta.

Era asombrosamente guapa, alta, esbelta, y con un pelo muy rubio, lo cual no era muy habitual entre ellas, pues casi todas eran morenas, no tanto como Eusina, pero morenas, como mucho tenían un pelo color castaño claro, que en ningún caso, se acercaba a la espectacularidad del pelo de Orey. Ella, cuidaba su aspecto, siendo su principal preocupación su pelo, frecuentemente, inventaba diferentes mezclas de sustancias para tratarle, a veces estas sustancias, venían mejor para la piel, y esas eran la mayoría de sus preocupaciones, para desesperación de su madre y su abuela. Además, no mostraba ningún interés por liderar a nadie.

Orey, para las demás era una persona distante, y cuando la veían en público, solo veían su aspecto envidiable e intimidatorio, algunas la envidiaban, y la mayoría, la odiaba. En público, nunca hablaba, y se mostraba seria y taciturna, lo cual era interpretado por todas como un signo de altivez y presunción, cuando en realidad era la soledad lo que la entristecía, el no tener amigas, o el estar perdiendo el tiempo mientras podía estar ocupada en otro sitio.

Era gran amante de los animales, y nunca había entendido el desprecio de sus compañeras por los niños varones, a ella la encantaban, aunque pronto se les prohibió acercarse a ella. Se pasaba horas con diferentes animales, ya que eran los únicos amigos que su madre la permitía.

Orey no comprendía nada de lo que su madre intentaba inculcarla, y ésta, estaba a punto de ceder en su empeño, no quedando más remedio que apartar a Orey del posible liderato.

Cuando murió su abuela, su madre estaba muy enferma, y además no quería ya el liderato, así que, reunido el consejo, se acordó nombrar como líder a una de sus primas mayores. Edeca.

A Orey, este nombramiento no la importó, porque no aspiraba a ello, ni siquiera se molestó en asistir, y se quedó al lado de su madre enferma. Orey no era muy inteligente para los demás, pero sin embargo, era inteligente a su manera, de una manera poco convencional, es decir, era muy inteligente y sabia en lo que se refería a los temas que de verdad la importaban.

Orey no tenía amigas, al menos amigas visibles, porque en su cueva secreta, tenía una, no sabía quién era, porque tenía miedo preguntárselo, sobre todo, no quería que se supiese su propia identidad, pues era consciente de la indiferencia y las burlas de las demás hacia su persona.

A penas conocía a nadie, y cuando su madre murió, se ocultó en su cueva. La pizarra decía: “te he traído fruta”, “necesito más champú, me ha venido muy bien, gracias”. Y ese mensaje sencillo, que reconocía sin más, que había encontrado una buena mezcla, efectiva y con buena fragancia, la hacía sentirse realizada, a veces, incluso, se sentía tentada de revelar su identidad, pero tenía miedo de perder esa relación de la pizarra y la cueva.

El nombramiento de su prima Edeca, fue su perdición, su prima la odiaba por tener ese aspecto, la odiaba, porque hasta entonces se había interpuesto en sus pretensiones de liderar a las “águilas”, la odiaba por todo. Con la muerte de su madre y de su abuela, y a raíz de su aislamiento, se había quedado sola, más desamparada que nadie. Ella veía a otras también solas, pero siempre tenían a alguien, incluso la gran Eusina estaba sola, y era un alma solitaria, que además no tenía a nadie, pero ella  era más fuerte, era temible, nadie se atrevería a enfrentarse a ella, la envidiaba, envidiaba su independencia, aun que sabía de su soledad, Eusina era grande y además podría defenderse.

Orey y Eusina, jamás habían hablado entre ellas, nunca habían estado cerca una de otra. La imagen que se habían hecho una de otra, era totalmente errónea.

La noche del nombramiento, su prima Edeca estaba eufórica, nadie se podía interponer en su camino, estaba ebria de poder, y cuando vio aparecer a Orey, su sola presencia la hizo recordar toda su vida, su vida mísera, como segundona, que nunca llegaría  a gobernar, y encima eclipsada por la belleza de Orey. Ebria como estaba, se burló de ella, la humilló, y no contenta con eso, mandó que la rapasen el pelo.

Orey lloraba desconsolada, recogía con amor su cabello, años de cuidados, lo más valioso que tenía, su pelo por la cintura, perfecto, cuidado, aseado, allí, cortado a sus pies. Lo recogió del suelo, y corrió, tras ella, todavía se oían las risas. Pasó la noche en vela, acarició su cabello una y otra vez, lo ató con aquel coletero, el que simbolizaba a su única amiga, se preguntaba si ella también se contaría entre las que se reían, si así era, prefería morirse que saber quién era. Eso sí, fuese quién fuese, sabría que era Orey la chica de la cueva. Como siempre había hecho, acudió al baño a primera hora del día, para no coincidir con nadie, se introdujo en la cueva, depositó allí su pelo, y escribió en la pizarra: “ahora, ya sabes quién soy”. Y se fue huyendo, sin sentido, sin comida, sin agua, notando un nuevo frio desconocido en su cabeza pelada, llorando, corriendo hacia las montañas, solo quería morirse.



Eusina no se había reído, había despreciado a su nueva líder por eso, en aquel acto, Eusina ya no tenía líder, era una guerrera independiente, deseó evitar aquella humillación, pero no podía atacar a todo un ejército. Se sintió avergonzada de su pueblo, ese nunca había sido su pueblo, ni aquella había sido nunca su gente.

Durante toda la mañana, Eusina preparó sus armas, y su mochila para irse de aquel lugar vergonzoso. A su alrededor había un gran alboroto, la nueva líder, enterada de la huida de Orey, se sintió envalentonada, y vio una justificación en la deserción para acabar con Orey, ofreció una recompensa a quién la capturase, no lo dijo oficialmente, pero se encargó personalmente de que todos los cazarrecompensas, mercernarios y demás escoria, supiesen que no importaba lo que hiciesen con Orey después de capturada.

Eusina, sabía de esas maquinaciones, y en ese momento, sintió lástima de Orey, nunca había hablado con ella, y nunca se había imaginado que sufriese ese odio tan parecido al que sufría ella misma.

Al atardecer se puso en marcha, al pasar por el río, decidió despedirse de su amiga, se preguntaba si esa amiga de la cueva se habría reído también de Orey. Cuando entró en el cueva, se enfrentó a la verdad, aquel cabello y aquella cinta, representaban lo único bueno de aquel valle.

¡Orey!, de pronto se acordó, la estaban persiguiendo, estaba en peligro de ser agredida, violada, y lo que es peor de que la trajesen de nuevo. Recogió el cabello, lo guardo en su mochila, y salió corriendo. Tenía una ventaja, que ella sabía que ese era el último lugar donde había estado Orey, y había encontrado sus huellas, era una buena rastreadora, pero los demás, tenían medio día de ventaja.

Eusina, corría, se fue encontrando con gentes de la peor ralea, les ignoró, pero la fueron orientando. Se corrió la voz de que Eusina buscaba a Orey, y pensando todos que buscaba la recompensaba se fueron apartando a su paso.

Corrió todo el día y casi toda la noche, para recuperar el medio día perdido, Orey se encaminaba hacia las montañas, si no la mataban los lobos, terminaría, en un cueva de aquellos salvajes, ojalá la encontrase “Queñín”, con el todavía se podía negociar, si la encontraba Nano... no quería ni pensarlo.

Eusina, no entendía cómo podía correr sin detenerse y no caer exhausta, se preguntaba cómo podía resistir Orey.

-         Debí revelar a Orey que era yo. – se dijo- Y ahora comprendo que ella tampoco me revelase su nombre.

Llevaba dos días corriendo, cuando oyó voces, dos hombres tenían acorralada a una perra, y en el suelo, inconsciente, Orey, defendida por aquella perra. Se disponía a atacar, cuando otro hombre, apareció en el claro para enfrentarse a los otros, esperó y vio toda la escena, aquel hombre, podía haber huido, pero era tan fiel a su perra, que no la quiso abandonar, cuando ésta no se apartó de Orey. Aquel detalle, de arriesgar la vida por un animal, la avergonzó de nuevo, ella no había hecho lo mismo. Irrumpió en el claro cuando ya los adversarios de Miros eran muchos, y cobardes, como no, desaparecieron rápidamente. Pero el hombre que tenía enfrente, no era un cobarde, tuvo que luchar con él, y a decir verdad, era el mejor adversario que había tenido nunca, estaba empezando a lamentar tener que matarlo, cuando el se rindió.



Eusina, se arrodilló al lado de Orey, que estaba recobrando el sentido. En cuanto Orey vio a Eusina, se alarmó pensando que iba en su busca, pero Eusina la tranquilizó, y la enseñó su cabello cortado.

-         Tranquila Orey, no vengo para llevarte de nuevo, vengo para ayudarte.

-         ¿Tú?, Eusina, no puedes ayudarme... ¿Por qué?

-         Porque yo soy tu amiga, yo soy quien introdujo la pizarra en la cueva del río. Mira, aquí tengo tu pelo, el que me dejaste allí.

-         ¿Tú? –dijo Orey, incrédula- cómo vas a ser tu la de la cueva, no puede ser, tratas de engañarme.-gimoteó-.

-         No, yo no necesito engañarte. Si no fuese por este animal y este hombre, habría llegado demasiado tarde, te habrían violado, o matado, ha sido una temeridad irte.

-         Sí, recuerdo al perro. Pero me resulta muy difícil creerte, eres la última persona en quien hubiese pensado que sería mi amiga en la cueva.

-         Si no me crees, huele mi pelo, tiene la fragancia de esas sustancias que inventas. Huelo igual que tu, por eso la perra ha dejado que me acerque seguramente.

-         Sí, reconozco el olor.

-         Y ¿quién es ese hombre?

-         No lo sé, Orey.

-         Soy Miros, y la perra que es quien de verdad te ha salvado, “Luna”.

-         ¿De qué valle eres?

Y Miros, encogiéndose de hombros, comenzó a prepara algo de comer, y una pequeña hoguera, mientras iba contando su historia.

Mientras comían, también ellas contaron su vida. Era curioso para Miros, ver como, a pesar de conocerse de toda la vida, ambas mujeres se descubrieron en ese momento, mientras comían. Fue sorprendente, la historia de la cueva, la soledad de ambas, tan diferente de la vida de Miros, tan acompañado, siempre rodeado de amigos.

La soledad de los últimos días, había sumido a Miros en una profunda tristeza, y al ponerse en el lugar de las mujeres que tenía enfrente, se sentía abrumado por la triste vida solitaria de ambas.

Allí, en el medio de aquel bosque, parecían una nueva familia. Orey estaba agotada y se quedó dormida a media tarde. Mientras tanto, Miros y Eusina, intercambiaron opiniones. Eusina no sabía qué harían a partir de ahora, pero Miros, se había propuesto ayudar a Nuño, al contar su plan a Eusina, ésta decidió ayudarle. Eusina conocía el camino hacia la cueva de “Queñín”, y le llevaría hasta allí.

-         Estoy segura de que  “Queñín” no te ayudará,-dijo Eusina-, se muestra sobreprotector con su familia, con todos los que cobija, y si fracasases, se vería involucrado en una guerra que podía perder. De momento, está amparando a todos los jóvenes desde hace tiempo, pero todavía no está seguro de ganar a los otros juntos.

-         He hecho una promesa, y no tengo nada más por qué vivir, solo tengo esa promesa, estoy cansado de injusticias, y me enfrentaré a todas las que pueda hasta que muera, lo cual, en esta empresa que me he propuesto, ocurrirá pronto.

-         Miros, Orey está muy cansada, es como una niña grande, necesito explicar la situación en que nos encontramos, y no se como decírselo. He pensado en pedir a “Queñín” que nos deje quedarnos con él hasta que esté repuesta. Y con suerte, conseguiré que al menos no intervenga contra ti.



Al día siguiente, se encaminaron hacia la cueva de “Queñín”. Cuando llegaron, él ya estaba esperándoles. Miros quedó fascinado por el tamaño de aquel hombre, su hermano Tilo rondaba los dos metros, pero “Queñín”, era más alto, y sin duda más ancho.

Cuando le explicaron el plan, parecía más preocupado de los hombres de la montaña que del propio plan. Como había vaticinado Eusina, no accedió a acompañar a Miros, pero consiguieron que al menos no se uniese a Nano, y que cuidase de Orey. Ésta, estaba encantada en aquel lugar, sentía tal satisfacción al verse rodeada de niños, y que nadie viniese a prohibírselo que estaba radiante, hasta el punto de olvidarse de su cabeza rapada.

Eusina acompañaría a Miros, y si éste fracasaba, tenía dos opciones, intervenir, o volver para recoger a Orey y escapar de allí. Eso, lo pensaría sobre la marcha. Le había impresionado el coraje de Miros, pero no se jugaría su propia vida, y menos ahora que tenía una amiga. Esa mañana, se habían reído mucho las dos, cuando una niña de unos once años, le había pedido a Orey que le cortase el pelo como ella, a Orey la costó trabajo convencerla de que no le quedaría bien, y que su aspecto era temporal, la anécdota no era muy importante, era una muestra más del cariño que Orey ofrecía a todo el mundo, como se hubiese olvidado su propio drama de un día para otro. Pero aquellas risas juntas, habían provocado en Eusina, la mejor sensación de toda su vida.

lunes, 6 de junio de 2011

4.- MIROS: HACIA EL VALLE

Cuando Miros terminó de contar su historia, todos los allí presentes, ya le respetaban. Sobre todo porque, allí, no había nadie que pudiese igualar semejante aventura. A pesar de que la infancia de todos ellos, había pasado por peores tragos que los de Miros, éstos habían desembocado en un final menos trágico, o en una huida menos aparatosa. Pero claro, los que estaban en aquella montaña, eran supervivientes, otros, habían perecido en el intento de llegar a ella.

-         Miros,-dijo Gilés-, nos gustaría que te quedases con nosotros, sin duda, eres mejor maestro que yo, sobre todo en la batalla.

-         No puedo aceptar, Gilés. No sabría enseñar, nunca he sabido, he sido un buen aprendiz, pero nunca he sabido como enseñar a luchar, la mayoría de los movimientos, los hago sin darme cuenta.

-         Puedes quedarte con nosotros igualmente, aunque solo sea hasta que “Luna” pueda seguirte.

-         Estaba deseando que me ofrecieras esa oportunidad, Gilés, necesitaré una semana para curar a “Luna”. Además, quiero pasar unos días más con Nuño.



Los días de esa semana, pasaron plácidos para Miros, y “Luna” se recuperó muy bien. En cuanto a Nuño, lo sentía por él, pero allí, no había grandes maestros, si había sin embargo, buenos hombres, humildes por la fuerza. Pero no eran buenos luchadores, más bien eran toscos y lentos, eran fuertes, eso sí, pero apenas pudieron enseñar a Miros un par de trucos en el cuerpo a cuerpo.

El día antes de marchar, cuando se despidió de ellos, le dieron pena, porque sabía que nunca podrían desafiar a un guerrero medianamente preparado. Eso explicaba por qué, algunos de los fugados eligieron el valle en vez de las montañas a pesar de arriesgar su vida, buscaban una mejor preparación, para regresar a desafiar, solo que, casi nunca regresaban, porque la vida del resto del Gran Valle, sin duda era menos dura.

-         Gilés, antes de irme, quiero que sepas, que voy a hablar con Queñín, necesito que el me apoye cuando vaya a desafiar al resto de los jefes, por si fueran a unirse contra mí.

-         ¿Eso harás?, ¿convertirte en uno de ellos?.

-         No, el plan es derrotar a los cinco, y que vosotros continuéis una nueva vida, una vida diferente, con otro tipo de reglas, unas reglas más sociales, que no humillen a nadie, que no maten a nadie. Incluso se podría negociar un gobierno conjunto con Queñín y alguien de vosotros y de las mujeres.

-         Arriesgas tu vida, Miros, tienes buena intención, pero seguramente, morirás.

-         Ahora mismo, mi vida no me importa, ya no tengo nada, así, yo no arriesgo mucho. Eso si, Nuño, - dijo volviéndose al chico – necesito que dentro de dos semanas, lleves a todos a la cueva donde nos encontramos, desde allí, seguirás los acontecimientos, y si muero, regresáis aquí, y cuidaréis de mi perra. Si venzo, tendréis que haceros cargo de toda esa gente.

-         Cuenta conmigo,-dijo Nuño- .

-         Gilés, necesito saber algo más sobre el Gran Valle.

-         El Gran Valle, está compuesto por varios valles más pequeños, son muy diferentes entre sí, y también son muy diferentes las gentes que en ellos habitan, irás descubriéndolo tu mismo, porque yo no puedo decirte gran cosa. Por el medio del Gran Valle baja un río, el Nospe, de cada valle, recibe un afluente, unos más caudalosos que otros, en algunos sitios se desborda. El Nospe, corre hacia el sur, no tiene muchos desniveles, y normalmente corre suave, tan suave que en algunos tramos no se diferencia muy bien de la propia orilla, quiero decir, que ésta, no está muy definida, es más bien barro y pantano. En otros valles viven con el miedo constante de la invasión de feroces guerreros que vienen del sur o del este. Y en otro de los valles, hacia la mitad del Gran Valle, habitan los pueblos de “las águilas”, que son gobernados por las mujeres, tienen su líder, y los hombres viven casi todo el año, en los confines del valle, desterrados, solo admiten hombres cuando ellas lo desean. Son un pueblo, sin embargo, muy fuerte, y los mejores guerreros del Gran Valle, no son guerreros, sino guerreras.

-         Nunca había oído nada parecido, he visto luchar a mujeres, pero siempre ocultando que lo son.

-         Te advierto que son peligrosas.

-         Me voy.

-         Otra cosa, Miros, también  puedes tener algún problema con los lobos en esta parte de las montañas.

-         Tendré cuidado. Nuño, no olvides que espero verte dentro de dos semanas.

-         No lo olvidaré, estaré preparado, no me precipitaré, como me has dicho, y no veo el momento de ver a mi familia.



Miros, se despidió de todos,  y se fue con la perra, bajando por la ladera de la montaña. No sabía muy bien qué camino tomar, pero tarde o temprano encontraría las cuevas. Como la primera que tendría que encontrar era la de Queñín, iría rodeando por la montaña, bajaría al valle, y volvería de nuevo hacia la montaña, parecía sencillo, y no comprendía, por qué, no era eso lo que habían hecho los fugados, en vez de arriesgarse a cruzar el territorio de las cuevas.

Pronto se dio cuenta de que el terreno era muy abrupto, de que efectivamente, los lobos estaban cerca, y de que los fugados, no tenían mucho valor para arriesgar la vida después de obtener la libertad tan recientemente.

Por un momento, cuando empezó a declinar el día, tuvo miedo de que los lobos le atacasen, “Luna” no paraba de gruñir, si le hubiesen seguido todos sus perros, serían los lobos los que huirían. En cuanto la oscuridad se hizo dueña de las noche, los lobos se oían más cerca, Miros calculó que serían cinco. Desde siempre se había topado con ellos, siempre subido a un árbol con un pequeño arco se había burlado de ellos, incluso había matado alguno, pero por allí, no había árboles, solo maleza y zarzas, eso sin contar de que no podría salvar a la perra si se subía a un árbol.

Se empezó a inquietar de verdad, y unos animales de los que nunca había tenido miedo, estaban a punto de atacarle, sin duda, estaba en un aprieto. De repente, se cayó, se clavó zarzas en los antebrazos, y estos sangraban, en cuanto el olor de la sangre llegase a los lobos, estaría perdido. Asustado, comenzó a dar mandobles a ciegas con su espada, pero ésta tropezaba continuamente con las zarzas, unas zarzas enormes, gruesas, con unas espinas enormes. Entonces se le ocurrió. Fue haciéndose sitio con la espada, dejando tras de sí, una especie de túnel de zarzas enmarañadas e infranqueables, luego, iba tirando tras de sí las que cortaba. Oía los lamentos de los lobos. Cuando la luna comenzó a iluminar tenuemente la escena, se dio cuenta de que los lobos insistían sin poder franquear las zarzas por ningún lado, y cuando alguno lograba meter la cabeza cerca, “Luna”, le mordía sin compasión, uno a uno podría con cualquiera de ellos, Miros siempre había sospechado además que “Luna” descendía por una parte de un lobo.

La noche fue una batalla encarnizada. Los lobos, no desistían, y cada vez que uno estaba cerca de lograrlo, entre la espada y la perra le hacían retroceder. En un momento dado, uno de los lobos no pudo retroceder atascado entre las zarzas, y Miros le mató con la espada, “Luna” no soltaba su cabeza. A medida que se iba haciendo de día, Miros se fue animando, porque con luz ya se iba el a encargar de los animales.



         Con el alba, Miros pudo comprobar, que todavía quedaban cinco lobos, se había equivocado, había uno más de los que pensaba, de todas formas, agotado como estaba, decidió salir de entre las zarzas. A la luz del día, Miros sabía como atacar a estos animales, cuando salió, no pilló desprevenidos a los lobos, pero de todas formas mató a dos en un abrir y cerrar de ojos, quedaban tres, uno, muy ocupado con “Luna”, y los otros dos, indecisos, porque ya no tenían tanta ventaja, sin tres de sus compañeros, y sin oscuridad, pagaron su indecisión con la vida, porque Miros, clavó su espada en el más cercano, introduciéndosela por la boca, la sacó rápidamente, y la lanzó contra el otro atravesando su corazón. El contrincante de “Luna”, viendo la situación huyó de allí.

          Después del encuentro con las fieras, Miros, decidió alejarse de esos parajes cuanto antes, a pesar del cansancio que sentía. No quería pasar otra noche como aquella, sobre todo, porque el resultado podría ser otro.

         Siguió bajando por la ladera, y al mediodía, podía distinguir la que creía, era la cueva de Queñín. Estaba cerca, necesitaba descansar, pero, no se sentía muy seguro tan cerca de una de las cuevas, si se había equivocado, y no era la de Queñín, podría acabar preso o muerto mientras descansaba, así que se alejó un par de kilómetros por el valle abajo, y buscó un lugar cómodo en el que descansar.



         No supo cuanto tiempo durmió, posiblemente el resto del día y toda la noche. No estaba la perra a su lado, pero eso no le preocupaba, sabía cuidarse sola, seguro que no estaba lejos. No estaba muy confiado cuando se había dormido, se temía un nuevo ataque de animales, pero éste no se había producido, o al menos eso pensaba.

         Decidió acercarse a un arroyo para lavarse la cara y las manos, bebió un poco de agua. Luego cuando se dirigía hacia el lugar donde había dormido, oyó voces cerca de allí. Fue en esa dirección.

-         Fuera de aquí, chucho, fuera...-se oyó gritar.

-         Mátalo, mátalo y se terminó el problema, muerto el perro se acabó la rabia.-dijo otro.

En ese momento, Miros irrumpió en el claro, dos hombres, se enfrentaban a “luna”, ésta, protegía un cuerpo que yacía inerte en el suelo. Miros se temió que “Luna” podía haber matado a alguien y lo protegiese como si de comida se tratase. Entonces, no podría negar a esos hombres la venganza.

-         ¿Qué es lo que pasa aquí? –preguntó Miros-.

-         Este perro, que no nos deja acercarnos a la muchacha.

-         Y es nuestra, nosotros la hemos encontrado primero.



Miros miraba desconcertado, en el suelo, no muerta, sino inconsciente, seguramente por agotamiento, se encontraba una muchacha joven de poco más de veinte años, la perra, por alguna extraña explicación, protegía a la chica. Miros, se fió del instinto del animal, se puso a su lado.

-         ¿Qué es lo que queréis de ella?.-preguntó.

-         Pues que vamos a querer, la recompensa de las “águilas”.

-         No se de qué estás hablando, pero no dejaré que os llevéis a esta mujer, mi perra no se fía de vuestras intenciones, y yo tampoco.

-         No creo que puedas impedirlo, tu lo que quieres es la recompensa para tí.

-         Yo no sé nada de recompensas, y si no os vais, os echaré de aquí.

-         Veo que no sabes realmente quién es esa mujer, parece que ni siquiera sabes quienes son las “águilas”, porque no has mostrado temor al oír su nombre, no sabes con quién te enfrentas, si osas tocar un pelo de esa mujer, Eusina te matará.

-         Tampoco se quién es Eusina, y no la temo, porque yo jamás tocaría un pelo a una mujer sin su permiso, y a ésta, por lo que veo, ni con su permiso, está totalmente rapada, como si fuese calva.

-         Ya veo que tendremos que quitártela por la fuerza.



Dicho esto, desenvainaron sus espadas y llamaron a voces a otros compañeros que debían estar cerca. La lucha, era desigual, Miros, no quería llegar a este mundo matando gente, y se limitaba a jugar con ellos, a humillarles, sin hacerles daño, era muy superior a ellos aunque fuesen dos. “Luna”, sin embargo, no luchaba, no se separaba de aquella mujer. Miros no podía saberlo, nunca lo sabría, pero cuando “Luna” encontró a la mujer, mientras la olisqueaba, ésta abrió los ojos, y acarició con ternura el hocico de “Luna”, la perra, solo había recibido caricias de Miros, y enseguida, relacionó la caricia, con su relación con él. Caricia era igual a cariño, la mujer para “Luna”, era igual que Miros, por eso la defendía. La perra era consciente de la indefensión en que se encontraba la mujer, y no se separaba de ella.

Mientras tanto, Miros había desarmado y quitado el arma a uno de sus adversarios, y se reía de ellos. Varias veces se detuvo y les ofreció tregua si se iban de allí, pero ellos contestaban llamando a gritos a sus compañeros que no terminaban de llegar.

Pero llegaron, y llegaron otro ocho, demasiados quizás para Miros, se giró con intención de irse, no quería arriesgar la vida por alguien a quien ni siquiera conocía. Pero a pesar del amago de irse, “Luna" no se movió de su sitio. Esto le extrañó, pero “Luna”, era lo más parecido que tenía a una familia, y si ella no le había abandonado al cruzar por dentro de las montañas, él no la abandonaría ahora. Se dio la vuelta, quién sabe, pensó, a lo mejor entre la perra y yo, podemos con estos ocho. Pero no lo creía, estaban rodeados, y la perra no se separaba de la mujer, estaba perdido.

No había comenzado a intercambiar un solo golpe cuando una mujer apareció de la nada. Era una mujer atlética, llevaba dos espadas cruzadas a su espalda y además llevaba un puñal y un arco, sin duda era una guerrera, era muy morena de piel, y su pelo era negro, no se parecía en nada a la mujer del suelo, no era más alta que Miros, pesaría algo menos, pero la seguridad con que entró en el círculo que formaban los hombres, hizo que Miros la respetase.

-         Marchaos, fuera de aquí, yo me ocupo de ella.

-         Queremos la recompensa.-dijo uno de ellos.

-         Tonto, no ves quién es, es Eusina.

Al oír ese nombre, los hombres bajaron sus armas asustados, y salieron de allí como alma que lleva el diablo. Pero Miros no, Miros, no tenía ni idea de quién era esa mujer. Ella le miró, y se fue directa hacia la otra mujer. Pero “Luna”, se plantó. Entonces, Eusina, sacó su arco para matar a la perra, Miros se asustó.

-         No la mates, por favor, solo quiere protegerla.-dijo Miros-.

-         ¿Por qué?

-         No lo sé, es una perra de guerra, no entiendo por qué no la atacado, y mucho menos entiendo que la proteja. Pero te pido que no la mates, si lo intentas tendré que defenderla. Es la única familia que tengo.

-         ¿Quieres pelear conmigo?, entonces, es verdad que no sabes quién soy.

-         Parece que estabas escuchando.

-         Haz que la perra se aparte. -Desenvainó su espada-

Miros, también desenvainó, y comenzaron a luchar. Miros hacía años que no tenía un contrincante tan bueno, bastaron unos minutos, para saber que no era rival para ella, a pesar de lo rápido y hábil que había sido siempre, ella lo era más, no se asustó, pero pronto, la lucha solo era atacar Eusina y defender Miros, estaba más que perdido, nunca, ni en las batallas, ni en ningún otro lugar había visto a nadie luchar así. En ningún momento pudo poner a Eusina en apuros, el sin embargo...



-         Vale, Eusina, está claro que me matarás antes de dos minutos, déjame vivir, lograré apartar a la perra de la mujer, no es necesario que me mates.

-         Hazlo, ¡rápido!

-         Está bien, ven conmigo, que te vea a mi lado, te ha visto luchando conmigo, así que creerá que eres enemigo, nunca antes la ha acariciado nadie que no sea yo, pero seguro que entenderá el gesto. Pondrás tu mano debajo de la mia, y comenzaremos a acariciarla con cuidado por la cabeza y el cuello para terminar en su hocico, y que te huela y te identifique.



Pero todo eso no hizo falta, porque “Luna”, se dio cuenta de que la nueva mujer olía exactamente igual que la otra, así y todo se dejó acariciar. Eusina también se sintió identificada con la perra, ya que ambas querían lo mismo, proteger a Orey, que así se llamaba la mujer del suelo, Orey, era hermosa, a pesar de tener la cabeza totalmente rasurada.