martes, 30 de agosto de 2011

13.- MIROS: LOS MERCENARIOS

Cuando Klasnic llegó a la casa de Sara y Andrea, el muchacho que les guiaría hasta el lugar donde se encontrase Ana, había partido con otros guerreros, Klasnic sabía que se trataba de “Queñín”, y no acertaba a comprender de dónde provenía ese nombre tan extraño. El caso es que se dispuso a esperar a su guía, que por lo visto no tardaría en regresar.
Cuando el muchacho regresó, y le comunicaron que tendría que regresar de nuevo, el cansancio se reflejó en su rostro.
-No te preocupes -le tranquilizó Klasnic-. Primero descansa un par de días, de paso que tú descansas, mi gente, terminará de construir algunos almacenes y otras construcciones que necesitaba este lugar, sin duda en dos días se terminará la mayor parte.
De hecho, en los días en que los mercenarios acamparon en el Valle de los Pájaros, el círculo de protección de aquel lugar, se estaba completando con disimuladas barreras, con trampas y otras estrategias. Además, con la continua actividad que suponía recibir allí continuos huéspedes, se había hecho necesaria la construcción de otras casas, y almacenes. La colaboración inmediata de los mercenarios, contribuyó a que las obras se aceleraran, de modo que pasados los dos días de descanso del guía, éstas, estaban prácticamente terminadas.
Klasnic seguía al muchacho, que repetía por enésima vez el recorrido a través del bosque y luego a través del pantano. Cuando el bosque dio paso al pantano, parecía imposible que las doscientas personas que le seguían, pasaran por allí sin que sucediera algún percance, pero la seguridad que mostraba el muchacho, les dio confianza, y finalmente aparecieron en un pequeño valle. A su derecha, el río, un gran río en aquel lugar, apenas se divisaba la otra orilla. A su izquierda, a un par de kilómetros, las montañas hacían un ángulo agudo, se veían casas a lo lejos, desde allí, parecían estar construidas en lo alto, seguramente era una ilusión óptica, pensaba Klasnic. Al frente, a tres o cuatro kilómentros, se veía niebla o humo.
Una vez fuera de los pantanos, el muchacho, pidió permiso para ir a su casa, ya tenía ganas de pasar una temporada con su familia.
-Claro que puedes ir, te mereces un buen descanso, tu trabajo, será conocido por todos, ha sido mucho más importante de lo que ahora crees.
-Gracias, para mi ha sido un honor. Aunque parezca que estoy cansado, os he guiado con orgullo, ha sido una satisfacción ser una pieza clave.
-No lo dudes. Una cosa más. ¿Dónde se encuentra el campamento al que debemos ir?
-No lo sé, quizá todavía se encuentren en el pueblo.
-Entonces iremos contigo.
De nuevo caminaron tras el muchacho, pero éste pronto les perdió, una vez que no era necesaria su presencia, no pudo evitar dar rienda suelta a su vitalidad y a su naturaleza, y avanzaba como siempre, saltando y avanzando a una velocidad que estaba despertando admiración en los mercenarios, y eso, no era nada fácil. Los mercenarios en su ir y venir habían visto de todo. De todo menos aquella manera de desplazarse.
Cuando llegaron al pie de las casas, se quedaron de piedra, aquellas construcciones, eran algo extraordinario, verdaderas obras de arquitectura, pero aunque parecían inexpugnables, Klasnic conocía alguna manera de vencer esa altura, aquellos hombres se creían a salvo, pero , si Klasnic estaba en lo cierto, y sus enemigos eran los mismos que al este de las montañas, les vencerían si se lo proponían, bastaba con esperar allí abajo, era maravilloso ver como se abastecían de agua, pero no podían almacenar mucho alimento allí arriba, además, en caso de bajar, rodearles era demasiado fácil, estaban acorralados, no les salvaban sus casas en las alturas, aunque lo creyeran así, les salvaba que eran poca cosa, demasiado poca cosa como para que un ejército se tomase la molestia de asediarles.
Al enterarse de que la lucha había comenzado, y de que estaban acampados en el siguiente valle, no se detuvo, y se encaminó en busca de su destino, ansiaba encontrarse con Ana.
La mayoría de los mercenarios, se volvía para ver de nuevo aquellas casas colgadas en lo alto, daban ganas de frotarse los ojos, herreros y carpinteros quedaron maravillados.
Los guerreros recogieron algunas armas que podrían necesitar al pasar por el lugar donde se había desarrollado la lucha. A todos les sorprendió que se hubiese hecho una pira funeraria con los enemigos, y al pasar por allí, pensaban que era tiempo perdido, acostumbrados como estaban a no tener tiempo para eso.
La ceniza marcaba el lugar donde había estado la empalizada. Klasnic se detuvo, Vallecillo, era muy pequeño, antes de dejarle atrás, se propuso explorarle. Klasnic, también usaba corredores de campo, dio las órdenes oportunas, y varios hombres, incluido el mismo, exploraron todo Vallecillo. Klasnic recorrió un par de veces los quinientos metros que había ocupado la empalizada, se hizo una idea del plan principal, pero se dio cuenta de su fracaso, ese fallo, les habría costado varias vidas. Tenía claro que si Miros y Eusina habían actuado así, era porque sus soldados no estaban del todo preparados.
Continuó su viaje hasta el campamento, envió un hombre para avisar de su llegada, pero a los pocos minutos de enviarle, el hombre regresó.
-Ya saben que llegamos, Klasnic, un joven ha aparecido no se ni de dónde y se ha ofrecido para llevar él el mensaje, aunque me ha adevertido que ni Ana, ni los otros líderes están presentes, puesto que se encuentran vigilando la margen del río.
-Está bien, adelántate de todas formas, y busca un lugar para acampar, ya sabes, ni muy cerca ni muy lejos, como siempre.
Cuando llegó al campamento, vio que el mejor sitio ya estaba ocupado, y no quedaba ningún buen sitio para acampar, era de las pocas veces que el campamenteo al que llegaba, estaba tan bien ubicado, no paraban de sorprenderle. No sabía que hacer, y no se atrevía a acercarse demasiado, muchas veces la cercanía de sus hombres, había puesto demasiado nervioso al campamento principal. Finalmente, decidió detenerse a unos doscientos metros, y sin montar tiendas ni nada, se dispuso a preparar la comida, toda su gente permaneció agrupada en torno a ese lugar, salvo la guardia que dispuso en el perímetro.
Llevaban una hora allí, la comida estaba a punto, en unos minutos se serviría. En ese momento, una mujer se acercaba, venía muy tranquila, y sin miedo, cuando llegó junto a él, preguntó:
-¿Eres Klasnic?
-Si, yo soy Klasnic.
-Yo soy Orey, me alegro de vuestra llegada… Bueno, eso cuando lleguéis, porque no se si te has dado cuenta, pero te faltan unos cuantos metros para llegar.
-No sabía dónde acampar, y me pareció un buen lugar.
-Necesito saber cuántos sois, para preparar la comida necesaria -dijo Orey ignorando su alusión al tema de acampar-.
-Lo siento Orey, no sabía que comeríamos con vosotros, nuestra comida ya está preparada, no queríamos molestar.
-Entonces tengo que irme, me necesitan en el campamento, te mandaré a Miros y a Eusina en cuanto lleguen. Ana tardará un poco más, se ha rezagado en el río.
Cuando Orey se retiraba, Klasnic se preguntaba si esa Orey, era la misma que Sara y Andrea le habían dicho que sería la reina. Sin duda tenía el porte necesario, una belleza que nunca antes había visto, caminaba con gracia, y sobre todo se la veía tranquila. Pero le desconcertaba el hecho de que se presentase ante él como si fuese la cocinera, como si hasta el último sastre fuese su igual. Mientras la observaba irse, vio que se cruzó con dos personas que venían hacia ellos, por las decripciones que le habían dado, y por las dos espadas cruzadas a sus espaldas, dedujo que se trataba de Miros y Eusina.
Al llegar, saludaron con afecto. Eusina, le dejó helado, tenía los mismos rasgos de sus enemigos, pero a la vez era diferente, las historias que había oído de ella, eran extraordinarias.
-Deberías haber acampado en el campamento principal, queda sitio de sobra para toda tu gente al lado de nuestras tiendas, hacia lo alto de la ladera.
-Esperaba vuestra llegada para confirmar el lugar de acampada.
-El lugar de acampada no necesita confirmarse, Klasnic, no tengas ninguna duda de que es un buen lugar, Eusina y Orey, debaten el lugar, y lo eligen teniendo en cuenta la posición de defensa y el abastecimiento -dijo Miros-.
-No eran esas mis dudas, ya veo que es el mejor lugar.
-¿Qué es lo que dudas entonces? -preguntó Eusina-.
-Veréis, normalmente, no es bien aceptada nuestra presencia en los campamentos principales.
-Parece que tenemos mucho de qué hablar -dijo Miros-, de modo que comeremos con vosotros, si no os importa claro, y luego, tenéis toda la tarde para acampar en el lugar que os indicamos.
Klasnic, estaba gratamente sorprendido, era algo extraño que aceptasen su presencia entre los suyos, pero el hecho de que quisieran compartir su comida era algo poco menos que un milagro. Mientras comían, quedó sorprendido, consultaban con el todas las estrategias, incluso le insinuaron que le ayudarían a acampar, puesto que los demás ya estaban acampados. También le comentaron que estaría bien que sus cocineros consultasen con Orey todo lo referente a las provisiones, para estar coordinados.
La comida transcurría entre conversaciones serias y conversaciones nostálgicas. Sobre todo cuando Ana se unió a la comida, después de ser levantada y estrujada en un fuerte abrazo de Klasnic. Con ella venía “Queñín”, que era admirado por todo mercenario que le veía. Ana, mostró tal alegría, que Klasnic empezó a sentir que , por primera vez desde que se hiciera mercenario, se le aceptaba como uno más. Pronto se dio cuenta de que Ana, era muy importante en el organigrama de aquel campamento, y de que tenía una relación con Miros. A pesar de todo, era Eusina quien más le llamaba la atención, solo hablaba sobre tácticas de guerra, sobre lo preocupada que estaba por el tema de que hasta ahora, no tenían verdaderos soldados. Eusina, le parecía diferente, con los rasgos del enemigo, enfrentada a la gente con la que creció, al igual que Orey.
Klasnic no podía evitar que toda su gente se agolpase alrededor de ellos, ansiosos como estaban por saber en que empresa se habían metido. Lo único que tenían claro, es que no cobrarían.
Con el paso de los días, el campamento funcionaba como si todos sus integrantes fueran una familia, y no se distinguían los mercenarios de los demás. Era una situación nueva, con la que los mercenarios disfrutaban, no solo no eran discriminados, sino que además eran admirados, respetados, y eran continuamente consultados para todo tipo de tareas, como si de maestros se tratasen, tanto fue así, que pronto olvidaron que no cobrarían.
Pero si alguien les hizo olvidar que no cobrarían, fue Orey, porque ella, les hablaba como si fuesen sus hermanos, porque siempre, siempre era positiva, comprensiva, y sin dejar de ser la reina por la que todos querían luchar, se convertía rápidamente en un ser querido y apreciado por todos.
La llegada de Klasnic y su gente al campamento, hizo que todo lo referente a la vigilancia mejorara. Los mercenarios eran verdaderos expertos en el arte de luchar, y cada uno de ellos se hizo cargo de la formación de los nóveles e inexpertos soldados de los que disponían Miros y Eusina hasta ese momento. Conjuntamente hacían las guardias, cocinaban, entrenaban, exploraban, etc…
Cuando se pusieron en marcha, avanzaban a unos kilómetros de la orilla del río, con eso evitaban que se les viese desde el otro lado, no obstante, algunos jóvenes, avanzaban por la montaña, de esa manera estaban al tanto de todo lo que sabían y averiguaban los habitantes de las montañas, y cuando se acercaban al Valle del Destierro, se envió una avanzadilla para ver lo que sucedía.
Klasnic, estaba maravillado con la forma de avanzar por el terreno de los jóvenes de Vallecillo, y pronto se había dado cuenta de que se les podía sacar un gran provecho, a los chicos les encantaba, siempre iban en parejas, iban y venían de un lugar a otro, se intercambiaban la ribera y la montaña, y se ganaban la simpatía de la gente, hacían los trayectos en la mitad de tiempo que cualquier otra persona, a veces bajaban desde la montaña para traer noticias sin importancia, parecían como si hubiesen estado presos en Vallecillo, y aquellas grandes llanuras y bosques del Valle de los Vientos, les hubiesen traído la libertad.
Miros y Eusina habían concedido a Klasnic el mando, y ellos, junto a “Queñín” y Ana, no paraban de entrenar con los jóvenes, e incluso se encargaban ellos mismos de ser los avanzados.
Llegaron cerca de los montes que separaban el Valle de los Vientos del Valle del Destierro. No tardaron en enterarse de que este último ya había sido saqueado, y de que llegaban demasiado tarde para la gente que hubiese allí. Esa gente ya estaba acostumbrada a los saqueos, y se ocultaba con eficacia, evitando muertes y otras cosas, pero aun así, Miros no podía dejar de lamentarse.
Miros y Ana, se pusieron de nuevo en marcha para adentrarse en solitario en el Valle del Destierro por delante de su ejército, ya que no querían asustar a la gente con la presencia de un ejército que desconocían.

viernes, 12 de agosto de 2011

MIROS: 12.- A LA GUERRA

Cuando llegaron a Vallecillo, “Luna”, les recibió como si regresaran de la muerte, corría y saltaba a su alrededor. Eusina, sonreía, aunque un deje de alivio se asomaba a su rostro. Orey, les abrazaba y no paraba de preguntarles acerca de su viaje.
Anochecía cuando llegaron, y a pesar de la expectación que levantó su llegada, los habitantes del valle, se iban retirando a sus casas en lo alto. Pronto se quedaron a solas con Eusina y Orey, cenaron rodeados de caras alegres, y aunque estaban a cielo abierto, rodeando una pequeña fogata, la sensación de familiaridad, les hacía sentirse como en casa, parecían una familia.
Orey no se dio cuenta, pero Eusina, se percató de que la relación entre Miros y Ana, había cambiado. Ellos, les contaron los pormenores de su viaje, y no les ocultaron que vivían una historia de amor como si fuesen unos adolescentes.
Tanto Orey, como Eusina, se alegraron, Orey, porque se alegraba de todo lo bueno que sucedía a su alrededor, Eusina, porque, sabedora de las tragedias amorosas de sus amigos, esperaba que la vida les diese otra oportunidad, puesto que Miros y Ana, eran personas nacidas para ser correspondidos. Eusina sentía una envidia sana, ya que ella, solo tenía relaciones esporádicas, más como necesidad biológica que como necesidad amorosa, afectiva o social.
El poblado de vallecillo, estaba cambiado, tenía vigilancia continuamente, los soldados del ejército que había formado Eusina, permanecían juntos, y se había convertido en poco tiempo en un ejército esperanzador de cara a la batalla, aunque todavía, no se había puesto de acuerdo en cuanto a las tácticas por esperar por Miros.
Eusina, había hecho un trabajo excelente con los guerreros, les había convertido en buenos luchadores, cuando solo eran torpes anque voluntariosos, les había inculcado confianza, orden y disciplina. Miros estaba muy orgulloso de Eusina.
Orey, nada más conocer la inminente marcha hacia la guerra, se puso a organizar las provisiones.
-Orey -le comentó Miros-, quizás deberías dejar esto en manos de otra persona, recuerda, que esta guerra por la libertad, será en tu nombre, y que en caso de salir airosos, tu serás la reina, no es digno de una reina andar todo el día por ahí con bultos de un lado para otro.
-¡Anda Miros!, vete a descansar, y a preparar las tácticas con Eusina, que tengo mucho que hacer, yo no se luchar, tan solo lo poco que vosotros me habéis enseñado, así, lo que hago no es nada, debería hacer mucho más.
A los pocos días del regreso, uno de los habitantes de las montañas del Valle de los Vientos, llegó con un mensaje: “Los invasores, habían invadido de nuevo el Valle del Destierro. Era de esperar que se adentrasen en el resto del Gran Valle, porque habían enviado un buen contingente de tropas por la ribera del río Nospe hacia el norte, ya estaban a mitad del Valle de los Vientos, ya que venían por este lado, por la ribera de Vallecillo, donde ellos se encontraban”.
Sin duda, pretendían sorprender a las “águilas” desde este lado del río, mientras el grueso de su ejército, se enfrentaba a ellas cuerpo a cuerpo desde el sur, atravesando el Gran Valle por el otro lado del río. Tanto Miros como Eusina, se dieron cuenta de lo que pretendían. Esta vez, la amenaza era un plan ambicioso, que pretendía vencer a las “águilas” de una vez por todas y hacerse los dueños de todo el Gran Valle.
-¿Tienes algún plan? -peguntó Eusina-.
-Tengo un plan -dijo Miros-, esperaremos aquí a esa parte de su ejército que viene hacia nosotros, no se esperan resistencia, incluso, esperan descansar aquí, a costa de los habitantes de Vallecillo. Construiremos una pequeña defensa en la entrada de este valle.
-Recuerda que son casi quinientos metros.
-Lo se, pero no pretendo pararles, solo guiarles. A lo largo de estos quinientos metros, apilaremos troncos secos de la orilla del río, por debajo, dejaremos una cantidad suficiente de juncos secos del pantano, y les dejaremos una entrada en el medio de esa defensa.
-¿Qué te propones?, se reirán de nosotros.
-Me propongo dividirlos, procuraremos que esta pequeña empalizada parezca ridícula para que no sospechen, pero, a la vez, dejaremos zarzas y espinos por la parte de fuera, que aunque parezca ridícula, no sea traspasada cómodamente. Se reirán, pero buscarán la entrada que les hemos dejado.
-Si les vas a dejar entrar, ¿para qué construir una empalizada?.
-Porque cuando hayan traspasado la entrada la mitad de ellos, incendiaremos la empalizada, intentaremos dividirlos, les atacaremos desde dentro, y también desde fuera, ya que nosotros saldremos a esperarlos, les dejaremos llegar hasta la empalizada, mientras nosotros, aguardamos en las montañas del Valle de los Vientos, no se preocupan de ellas, en cuanto estén al pie de la empalizada y empiece a arder, atacaremos desde su retaguardia.
-Olvidas que vigilan su retaguardia, dejan rezagados para vigilar sus espaldas -dijo Eusina como conocedora de sus costumbres-.
-No contaba con eso, pero, igualmente, podemos bajar desde las montañas y meternos entre los rezagados y la vanguardia. A no ser que también lleven vigilados los flancos.
-Si que los llevan. Llevan corredores de campo que exploran todo su alrededor, pero de esos me encargo yo, los jóvenes de Vallecillo, con esa habilidad que han desarrollado para hacer que cualquier obstáculo sea como un simple escalón, podemos volverles locos, alejarles un poco más de lo que acostumbran, y emboscarles, será un poco peligroso si se acercan a uno de nuestros chicos, pero son tan rápidos que lo dudo.
-Bien, por este lado podemos vencer, mientras, los que queden dentro de Vallecillo, no podrán hacer nada mientras dure el fuego.
-He mandado un mensaje a “Queñín”, si llegase a tiempo, podríamos camuflarle en el pantano para que atacase sus espaldas cuando el fuego se apague.
-Eusina, una vez más estás en todo, no creo que perdamos teniéndote a tí.
-Eso es lo último que debes pensar, Miros, la primera vez que subestimes a este enemigo será la última, ni por un momento pienses que será tan fácil, son grandes guerreros.
Mientras construían la empalizada, vigilaban los movimientos del enemigo, a medida que se acercaba, Miros se iba dando cuenta de que aquellos guerreros, eran temibles, y que vencerles no sería nada fácil, no se quería ni imaginar como sería el grueso del ejército.
“Queñín” llegó con un pequeño contingente de soldados, no muchos, pero, poco a poco, unos con otros, estaban juntando un buen número. La ayuda de aquel gigante sería enorme en la lucha cuerpo a cuerpo.
No eran muchos los que se podían camuflar en el pantano, pero todo estaba pensado, si eran demasiados enemigos los que se quedaban en ese lado,esperarían, si eran pocos, atacarían.
A los pocos días, todo estaba preparado. “Queñín”, con un buen puñado de hombres, estaba camuflado en el pantano que el enemigo creía infranqueable. Miros y Eusina, estaban en las montañas al acecho, y la empalizada estaba lista para arder…
Tan preparada estaba la empalizada para arder, que el enemigo se adelantó a los planes de Miros e incendió la empalizada para quitársela de en medio. La ausencia de sus corredores de campo en los flancos, y que sus rezagados no llegaban, alertó a los enemigos.
cuando Miros vio el humo, se dispuso a atacar. Cuando el muchacho que había enviado a espiar los movimientos del enemigo regresó, la noticia de que ellos mismos habían incendiado la empalizada, le descompuso.
-Sin duda el habernos deshecho de sus corredores de campo y de su retaguardia les ha hecho sospechar, estarán esperando un ataque, se acabó el factor sorpresa -dijo Miros-.
-No importa - contestó Eusina-. Atacaremos igual, si les hacemos retroceder, les acorralaremos contra las llamas, debemos aprovechar el fuego mientras dure.
No esperaron más. El plan de eliminar a los corredores de campo había salido perfecto, los muchachos se habían mofado de aquellos guerreros como si fuesen niños. Aparecían por todas partes, se acercaban y se alejaban, se dejaban ver y corrían, hasta que el grupo de Eusina les eliminó. Con la retaguardia fue más fácil, una vez se interpusieron entre unos y otros enemigos, Miros fue deshaciéndose de todos ellos. Había sido fácil, pero les había perjudicado.
Miros estaba furioso, porque su plan había fracasado. Cuando llegaron a la altura del enemigo, estaba oscureciendo, los vigías dieron la voz de alarma, y el enemigo se desplegó en formación de batalla, se les veía convencidos de la victoria. En el primer envite, se dispararon algunas flechas, pero la oscuridad se apoderaba de todo más allá del resplandor de las llamas de la empalizada. Un primer encuentro cuerpo a cuerpo, dejó claro que el enemigo era superior en la batalla, apenas Eusina y Miros abrían hueco en sus filas, los demás se mantenían en su posición a duras penas, entonces Eusina dio la orden de ataque a sus arqueros. Las llamas hacían visibles a los enemigos, mientras ellos estaban a salvo en la oscuridad. Los arqueros hicieron grave mella, eran blancos fáciles, y cuando se quisieron dar cuenta, los enemigos eran muy inferiores en número, al ser atacados por dos o tres contrincantes, iban siendo vencidos poco a poco, eso, sin contar que Miros, y sobre todo Eusina, habían decantado la batalla casi por sí mismos. Nunca habían sido observados en la batalla, y nunca antes habían luchado juntos. Pero para quien lo vio, fue un momento mágico. Parecían danzar, vencían adversarios con tanta facilidad y rapidez que pronto se encontraron uno frente a otro sin nadie contra quien luchar.
Al amanecer, cuando el fuego se empezaba a consumir, se dieron cuenta de que al otro lado también había habido batalla, ya que algunos enemigos habían pasado finalmente al otro lado. “Queñín”, había vencido fácil, sin bajas, pero en el lado de Miros y Eusina, la lucha cuerpo a cuerpo, había dejado un montón de muertos, todos los enemigos estaban muertos o medio muertos, habían sido aniquilados, pero entre su propio ejército también había numerosas bajas mortales, la dureza de la guerra, comenzaba a reflejarse en aquellos rostros por primera vez.
A la euforia de la victoria, siguió la escena lúgubre de la incineración de sus enemigos, después de haber sido despojados de sus armas que les serían muy útiles. Luego, los lamentos por los seres perdidos dieron paso a una melancolía que comenzó a inquietar a Eusina.
Dejaron atrás Vallecillo, y acamparon su ejército a unos pocos kilómetros dentro del Valle de los Vientos, eligieron una loma desde la que podían vigilar el río. Orey, eligió el sitio además para evitar que las posibles lluvias los encharcaran demasiado, el abastecimiento de agua estaba cerca, y unas rocas en la ladera hacia el río, servían para cocinar evitando incendios en aquella llanura.
Los muertos habían sido enterrados, y los heridos, se habían quedado en Vallecillo.
Una vez que la gente se tranquilizó, Miros y Eusina, se dedicaron a salir todos los días con su ejército para entrenarle mejor, conscientes de que sus soldados, no estaban preparados para luchar contra un enemigo tan temible.

jueves, 4 de agosto de 2011

11.- MIROS: EL VALLE DE LOS VIENTOS

Cuando Ana y Miros, llegaron a Vallecillo, descansaron un par de días, y luego, se prepararon para ir en busca de noticias. Irían solos, sobre todo por dos motivos, los dos eran completamente desconocidos en el Gran Valle, porque ninguno de los dos era de aquel lugar, y eran grandes atletas y guerreros que podrían afrontar cualquier inconveniente.
A los pocos días, salieron en dirección sur, acompañados por los chicos que les orientaron hacia el Valle de los Vientos.
-A ver chicos, contadnos algo sobre el siguiente valle -dijo Ana-.
-Pues verás Ana, el Valle de los Vientos, es muy grande, pero no está muy habitado, los poblados están muy lejos unos de otros, y hay algunas casas aisladas de algunos solitarios, sobre todo en la parte más alejada del río, donde el bosque, les proporciona alimento. Hay poblados en la margen del río Nospe que viven de la pesca y del comercio, otros poblados están cerca de las montañas, pero desde el río Nospe, hasta las montañas, el valle va ascendiendo de una manera suave, al contrario que Vallecillo, hay grandes pastos, por los que cruzan manadas de ciervos y otros herbívoros, pero que son difíciles de matar, ya que no hay lugar en el que esconderse, son grandes llanuras, pero de vez en cuando hay pequeños bosques, todos parecidos, que impiden ver el horizonte, y despistan al viajero, es peligroso perderse en una zona tan deshabitada, porque estás a merced de todo tipo de percances, el peor de todos ellos, es encontrarte con los exploradores enemigos, que usan esta zona para escabullirse de las patrullas de las “águilas” que es a lo único que temen.
Después de esta explicación, Miros y Ana se despidieron, y se dirigieron hacia el sur por la margen del río Nospe. Pronto llegaron a un poblado, era pequeño, y en un principio la gente se apartó pensando que ellos mismos eran exploradores enemigos, pero una vez acalrado que venían de parte de Eusina, la cosa cambió. Unos estaban recelosos, porque no sabían que actitud tomaría Eusina con respecto al trato prepotente que Edeca tenía hacia ellos privándoles de protección, y sin embargo exigiéndoles todo tipo de favores y tributos. Otros, sabían ya de su estancia en Vallecillo, y que Eusina estaba con Orey.
Comieron en aquel poblado, y les aseguraron que había un explorador en el siguiente poblado río abajo, y para allí se dirigieron.
No necesitaron indagar quién era el intruso, en aquel pueblo, era imposible pasar desapercibido, la gente vestía toda ella ropa de trabajo, y llevaba utensilios de pesca y herramientas de su trabajo, nadie llevaba armas.
En el centro del pueblo, un hombre muy corpulento, con una gran espada en la mano, jugaba con todo el mundo que pasaba por allí, les hacía tropezar, y les animaba a trabajar duro.
-Vamos holgazanes, haced acopio de alimentos, que en el futuro se os recompensará -se mofaba vociferando a la vez que se reía a carcajadas-.
Miros esperó oculto a que se hiciera de noche. Hubiera sido fácil ceder a la tentación de enfrentarse a aquel guerrero, pero necesitaba información. Ana, se acicaló, y se acercó al hombre en actitud coqueta, cuando el hombre se levantó para perseguirla, Ana, aceleró el paso y se introdujo detrás de un pequeño cobertizo, cuando el hombre fue tras ella, Miros salió a su encuentro, a pesar del fiero aspecto de aquel energúmeno, Miros le desarmó rápidamente, dejándole inmovilizado, luego, entre los dos le llevaron dentro del cobertizo, y le interrogaron, pero no soltaba ni una palabra, y además se reía de ellos.
Ana se sorprendió a sí misma, levantando un martillo, y golpeando la rodilla de aquel hombre con todas sus fuerzas, el aullido de dolor, sonó por todo el pueblo, pero en vez de aparecer gente, se cerraron todas las puertas y ventanas, y se apagaron todas las lámparas.
El hombre se retorcía en el suelo, les insultaba e intentaba morderles, al poco tiempo perdió el conocimiento.
Esperaron al día siguiente para volver a preguntar cuando pensaban atacar, pero el hombre deliraba, el golpe de Ana, le había destrozado la pierna. Solo consiguieron de él frases inconexas, que no les decían nada. Miros sospechaba que simulaba sus delirios, así que se lo llevó a rastros por el suelo, nadie interrumpía su paso, pues nadie había salido de las casas en esa mañana, cogió al hombre por la cintura, le sentó en un torno y le empezó a aplastar la mano con éste vuelta a vuelta, pronto sus gritos se hacían aterradores, y al final, confesó que eran siete exploradores, y que atacarían dentro de unos meses.
Miros abandonó el torno, ató una cuerda a la cintura de aquel hombre, y se lo entregó a Ana, ésta, se acercó a una casa, cogió una pesada maza, y le rompió la otra rodilla.
Allí dejaron a aquel hombre abandonado entre grandes alaridos, indefenso ante las represalias de la gente agraviada por aquel energúmeno.
Se dirigieron a un último pueblo antes de adentrarse hacia el interior del valle. En el siguiente pueblo, pasaron más desapercibidos, ya que era mucho más grande que los anteriores. Ana, se introdujo entre la multitud, pasando desapercibida, Miros, esperó a la entrada del pueblo, intentando no perderla de vista, se estaba arrepintiendo de toda esta maniobra, porque ni Ana ni el conocían bien las costumbres de esta gente, y podrían estar en peligro sin enterarse. Después de varias horas interminables, Ana, se presentó con algo de comer y muy cansada.
-Ya era hora, Ana, estaba muy preocupado.
-No te preocupes por mí, se cuidarme. He conseguido un lugar donde pasar la noche, no nos cobrarán nada, pero tenemos que dormir en un almacén.
-No importa, puede que no tengamos muchas oportunidades de dormir bajo techo.
-He averiguado que la mayoría de los exploradores, ni siquiera se informan bien de lo que hay por aquí, desprecian la cobardía de esta gente, y cuando atacan, apenas encuentran oposición. La mayoría de estos exploradores, están al otro lado del río Nospe, ya que en este lado del valle saben perfectamente lo que hay.
-Yo también lo sé, unos cuantos hombres que no pueden hacer nada contra ellos, en este valle casi desierto, y al final Vallecillo, en el que no conseguirán nada más que lo que encuentren en el suelo, y encima no pueden avanzar más, porque se lo impide el pantano.
-Eso es, Miros, se limitan a vigilar el primer valle del sur, y a hacer lo que quieran por este lado del río.
-En el oeste, las cosas se complican con las “águilas”.
-No solo se complican, sino que a veces detienen su avance, y terminan por echarles del Gran Valle, aunque la mayoría de las veces, se limitan a alejarlos del Valle de las “Águilas” y nada más.
-Si, parece ser que son egoistas, y a pesar de los impuestos con que gravan a todos los valles, luego no los defienden. Pero a nosotros no nos bastará con detenerlos.
-Es posible que esta vez vengan reforzados.
-Si, yo en su lugar, saquearía lo posible el lado este, reforzaría mis posiciones lo más cerca posible del Valle de las “Águilas”, y luego iría acercándome por el otro lado, por el oeste, hasta llegar lo suficientemente cerca de ellas antes de que me atacasen, luego, recuperaría las tropas en lo posible, y finalmente atacaría cruzando el río desde el este a la vez que se ataca también por el sur.
-Algo parecido es lo que harán, para eso, solo necesitan verdadera información del lado de las “águilas”.
-Lo único que podemos hacer ahora, es avisar a la gente más alejada del río, el ataque ocurrirá pronto.
-Y ahora ¿qué hacemos?
-Saldremos en dirección este, hacia las montañas, buscaremos los pueblos que hay allí, les advertiremos del peligro, y luego partiremos hacia el sur, para comprobar de cuánto tiempo disponemos.
Se fueron a dormir a aquel almacén. Al entrar, un fuerte olor a cuero se metió por sus narices. De todas formas, pronto se acostumbraron y de tan cansados durmieron en tres turnos de tres horas, haciendo Miros el primero y el último.
Por la mañana, salieron del pueblo de la manera más desapercibida que pudieron, y se encaminaron hacia las montañas, se veían inmensas, la hierba estaba muy alta, y en algunos lugares no podían ver hacia delante. Vieron alguna manada de ciervos, corzos y otros rumiantes, varios zorros, y gran variedad de aves.
Durante aquel día recorrieron unos quince kilómetros, ya que se detenían en algunos lugares para intentar orientarse. Al mediodía comieron un poco. El sol caía con fuerza y se cobijaron una hora en uno de aquellos pequeños bosquecillos, en los que otros animales se ocultaban del sol.
No se veía a nadie, y por eso no se preocuparon mucho de vigilar. Al atardecer, no conseguían llegar a ningún grupo de árboles, así que se dispusieron a descansar al pie de unas enormes rocas redondas que medirían tres o cuatro metros de alto. Era un buen sitio, buscaron el lado más protegido del viento, porque a medida que avanzaba el día, la brisa matutina, se había ido convirtiendo en un fuerte viento, que al anochecer hacía bajar la temperatura hasta hacerles sentir frío.
En un principio, se acostaron a un lado de las rocas, pero el viento cambiaba continuamente, por eso seguramente el nombre del valle, porque esos vientos, eran realmente caprichosos e intensos.
No encontraban postura, se movían a la vez que cambiaba la dirección del viento, y terminaron en un recoveco, uno encima de otro. La proximidad de sus cuerpos, despertó en ellos una reacción olvidada por ambos desde hacía tiempo, espalda con espalda, ninguno de los dos podía dormir, incómodos por el frío viento, e incómodos por la sensación que los dos compartían sin saberlo. En esa primera noche, ninguno se atrevió a mover ficha, así que la madrugada, les sorprendió dormidos profundamente. El viento fue amainando a medida que se aproximaba el amanecer, y agotados, se durmieron tan tarde, que cuando despertaron, era ya media mañana.
Sin decirse nada, se levantaron, comieron lo poco que les quedaba, y buscaron agua. Había agua en muchos lugares, el Valle de los Vientos, estaba cruzado por dos ríos, y a ellos llegaban afluentes y arroyos por doquier.
Estaban nerviosos, los dos por el mismo motivo, sus propios nervios, les impidieron notar los nervios uno del otro.
caminaban en silencio, y los sonidos se oían con nitidez. Se oía la corriente de los arroyos y riachuelos, se oía el canto de los pájaros, y de vez en cuando el trotar de algún animal.
Caminaban sin prisa, vadeaban ríos y arroyos muy de vez en cuando, sin duda, era una tierra fértil, podría ser cultivada y pastoreada. Aquella tierra tenía suficiente riqueza para mantener a numerosas familias, y, sin embargo, eran otros valles más pobres, los que acumulaban la población, exceptuando el Valle de las “Águilas”, que era muy fértil.
No les supuso un gran esfuerzo procurarse alimento, bien de la caza, o bien, de la pesca. Peces, cangrejos, patos y otras aves, proliferaban por los arroyos y riachuelos. En la pradera, encontraban perdices, codornices, alguna liebre, y a menudo se les ponía a tiro algún ciervo, que no cazaban porque no podían consumir tanta carne. En los tramos de bosque, había faisanes, palomas y otras muchas especies, parecía un lugar paradisíaco, si no fuese por el continuo viento.
Al cruzar uno de aquellos arroyos, Ana, resbaló y perdió el conocimiento. Miros, se preocupó mucho, dudando de nuevo de la coherencia de este viaje, pero se asustó más al ver como la cabeza de Ana golpeaba contra las piedras, le hizo recordar a su esposa, tuvo miedo de perder a Ana, y se dio cuenta, de que sentía por ella lo mismo que sentía cuando se enamoró por primera vez.
Cuando Ana despertó, se encontraba tapada bajo un techo improvisado, un cuero viejo atado a los árboles, que usaban cuando la lluvia les sorprendía cerca de un bosquecillo, y podían atarla a los troncos. Cuando la lluvia les sorprendía en la llanura, se la ponían por encima sin más.
El trozo de cuero era pequeño, y cuando llovía apenas les protegía a los dos, tenían que sentarse juntos y apoyar sus rodillas contra el pecho para caber los dos. En ese momento, cuando abríó los ojos, llovía con intensidad, Ana estaba a cubierto, tapada con sus mantas, y protegida de la lluvia con el trozo de cuero, que estaba atado a unos árboles, como el trozo de cuero no era suficiente, Miros había aprovechado la inclinación de un árbol, que crecía en ángulo agudo con el suelo, y así, entre el grueso tronco del árbol y el cuero viejo, Ana, estaba a salvo de la lluvia.
Ana giró la cabeza, buscando con la mirada a Miros, no le veía, así que se incorporó y le vio allí a sus pies, parando así la lluvia que pudiese colarse por ese lado. Estaba dormido, ¡qué cansado tendría que estar!, estaba dormido a pesar de la lluvia que le golpeaba.
Ana recordó lo sucedido, cuando resbaló. No estaban cerca de ningún árbol, así que Miros, había cargado con ella desde aquel lugar hasta encontrar estos árboles, y luego había buscado el mejor sitio para refugiarse de la lluvia. Se incorporó hacia delante, tenía un fuerte dolor de cabeza, que se intensificó cuando se tocó un buen chichón que tenía en la frente. Encogió los pies, se acercó a Miros, le cogió por las axilas, y le introdujo bajo el cuero. No se despertaba, así que ella, se sentó como siempre, pero en vez de apoyar las rodillas en el pecho, se apoyó en el árbol, e incorporando a Miros hasta la posición de sentado, le abrazó desde la espalda, de manera que apenas se mojaban.
Cuando amainó la lluvia, Ana estaba entumecida, se le habían dormido los pies, y Miros no se despertaba, tenía fiebre, y de vez en cuando se le notaban escalofríos. Debía de haberse mojado durante un buen rato, y ahora estaba enfermo por culpa de su descuido al caerse.
Ana, sabía que Miros habría hecho lo mismo por cualquier persona que le acompañase en ese momento, pero aun así, la invadió una sensación de amor y agradecimiento, que no experimentaba hacía mucho tiempo.
Durante tres días, cuidó de el, cazó, cocinó, secó las ropas, calentó su cuerpo con el suyo propio, no dormía apenas, y cuando lo hacía se despertaba sobresaltada, al final de esos días Miros recuperó la consciencia, y ella estaba agotada, pero estaba muy feliz.
Este percance, les unió de una manera muy especial, y rubricó su confianza para el resto de sus vidas, habían dependido el uno del otro, y los dos se habían entregado sin reparar en su propia salud.
La sensación de incomodidad, había dado lugar a una sensación de euforia, de confianza, de complicidad, y en ese momento, se estaba fraguando una relación que duraría para toda la vida.
Durante una semana, caminaron juntos disfrutando de cada lugar, de cada momento, de cada confesión, de cada noche…
Sin darse cuenta de los días que habían caminado, ni del tiempo que llevaban sin ver a nadie, llegaron a una loma tras la cual se veía el humo ascendente de una hoguera. Miros no quería separarse de Ana esta vez, así que decidió entrar en contacto con las personas que estuviesen allí, sin disfraces y sin mentiras, con la verdad por delante.
Se encontraron con un puñado de robustas cabañas de piedras y arcilla. Pocos eran sus habitantes, tres o cuatro familias. Las cabañas, rodeaban un cercado, en que había algunas cabras, sin duda domesticadas, y seguramente descendientes de las cabras monteses que pudiese haber en aquellas montañas.
En los últimos días, su camino había sido empinado, y los ríos de la llanura, ahora no eran más que pequeños arroyos, que apenas servían de fuentes o manantiales de los que proveerse de agua.
Su llegada levantó gran expectación, los lugareños, se habían concentrado a su alrededor.
-¿Quiénes sois? -curioseó un niño pequeño-. ¿Sois demonios?, al otro lado de la montaña hay demonios que matan.
-No, no somos demonios -le tranquilizó Ana-, somos viajeros, que necesitamos descansar.
-¿De dónde vinisteis? -preguntó un hombre con voz muy grave- no suele llegar nadie por ese camino.
-Lo siento, venimos desde el río Nospe atravesando las llanuras, pero el inicio de nuestro viaje es una larga historia, que os contaremos una vez hayamos descansado un rato.
-Vamos dentro, mi madre cocinará algo para vosotros, es la mejor cocinera del mundo, ya veréis -dijo el pequeño mientras les cogía de la mano e intentaba arrastrarles hacia su cabaña-.
Miros, miró al hombre, y éste asintió, entonces se dejaron arrastrar hacia la cabaña. Mientras la madre del niño cocinaba, ellos contaron su viaje, y cómo se temían la aparición de los invasores.
Allí, efectivamente olía muy bien, lo cual enorgullecía a aquel pequeño, que, sin duda ansiaba atención y conversación, algo que fuese distinto de su limitado mundo, y que se saliera de la rutina.
Aquellos hombres, se tranquilizaron en gran medida, al escuchar que venían de Vallecillo, pues tenían aprecio por la gente de dicho valle, se sorprendieron con el resumen de la historia de ambos visitantes. Pero la noticia de la inminente llegada de los invasores, no les sorprendió, y de hecho, parecían estar al corriente.
-Ya sabemos que invadirán el Gran Valle, pero nunca vienen hasta aquí. Este lugar queda lejos de cualquier ruta, es un largo camino el que tendrían que hacer, y lo único que conseguirían es unas cabras, no vale la pena -dijo una mujer anciana-.
-¿Cómo es posible que lo sepáis?-preguntó Miros-.
-Mañana , te enseñaremos como lo sabemos -intervino de nuevo la anciana-. Hoy voy a deciros algunas cosas. En este valle, ya hace tiempo que solo interesan los pueblos de la ribera. Ni yo recuerdo la última vez que vino un explorador hasta las montañas. El resto de los poblados, son poco más o mentos que este. Son demasiado pequeños. No se molestan en venir por aquí. Sin embargo, nosotros estamos informados. Constantemente, sabemos casi todos sus movimientos, por las montañas, siempre hay alguien moviéndose de un lugar a otro, y las noticias llegan desde Vallecillo hasta el Valle del Destierro.
-No conocemos ni Ana ni yo ese valle.
-Ese valle, es el primero, o el último si les cuantas desde la montaña donde nace el río Nospe, el Valle del Destierro, limita con las tierras de los invasores, es un valle indefenso, la puerta de entrada para ellos, es un valle, que sufre invasiones todos los años. Es una pena, que el valle más fértil, sea el valle más pobre, sus habitantes, no tienen tiempo de reponerse entre una invasión y otra, son saqueados inexorablemente.
-Entonces, ¿por qué no se van de allí?
-¿Y por qué crees tu que se llama el Valle del Destierro?, porque allí, viven todos los desterrados, casi todos ellos, son hombres y mujeres del Valle de las Águilas, ¡esas arpías!, otros, han sido castigados, si ha sido justo o injusto, no lo se, pero año tras año, llega gente. Con el tiempo, nuevas generaciones han nacido en el, pero a pesar de la inocencia de estas nuevas generaciones, las “águilas”, no les permiten salir del valle, si lo hacen corren peligro de muerte.
-Eso es injusto -dijo Miros-.
-Pues eso es lo que buscamos, una injusticia -dijo Ana-.
-Ahora, seguramente, están siendo invadidos -dijo un muchacho joven-.
-¿Qué? -casi grito Miros-, ¿Ahora?
-Si, y si no es así, no tardarán, deberías regresar con tu compañera, y advertir a todos que se preparen para una gran invasión.
- Pero, ¿cómo podéis saber que habrá una invasión?
-Mañana te lo mostraremos.
Al día siguiente, les condujeron por unos escabrosos senderos, caminaron por empinadas laderas, por riscos peligrosos, dejaron atrás un pequeño poblado de pastores después de un día de ascensión. Finalmente, y después de un día más trepando por entre aquellas peñas, escalando con ayuda de algunas cuerdas en lugares que eran infranqueables a pie, llegaron a la cumbre de las montañas, las nubes se veían por debajo de su posición al otro lado de la cumbre. Comenzaron a descender, y se introdujeron en las mismas nubes. la escasez de oxígeno a aquella altura, hacía que el cansancio se apoderase de sus cuerpos, y sufrieron mareos y vómitos. La niebla era intensa, no en vano, estaban en una nube, un poco más abajo, la respiración se hizo más llevadera, y al salir por debajo de las nubes, llegaron a una ladera que descendía levemente, algunas cabras pastaban por allí, después de esos salientes, nada hasta un millar de metros o más.
A lo lejos, los guías que les acompañaban, señalaban otros territorios.
-Aquello que veis a lo lejos, es un campamento, quedan los vencedores, había más, pero algunos se han ido ya. -no sabían que era la gente de Klasnic la que había estado allí abajo-. Esos de ahí abajo, han repelido la invasión, les ha costado muchas vidas, pero los invasores han perdido, ya no están, se han ido hacia el sur.
-¿Cómo sabéis todo eso?
-Hemos estado observando, siempre lo hacemos, no podemos bajar, es imposible, pero desde aquí, se observa todo, solo podemos acceder aquí en primavera y verano. A lo largo de la cumbre, observamos, recorremos las cumbres por toda la monataña, desde cerca de Vallecillo, hasta el sur, hasta más allá del Valle del Destierro.
-Tenemos que avisar al Valle del Destierro.
-Ya es tarde, para ellos da lo mismo, se esconderán. Sabrán lo que tienen que hacer, como siempre, lo que no pueden hacer, es abandonar el valle, eso, lo tienen prohibido, esconderse es mejor que morir.
Miros y Ana, bajaron de la montaña impresionados, ahora, era primordial regresar a Vallecillo.
Les había sorprendido enormemente la posibilidad de ver el otro lado de las montañas, no sabían que eso fuera posible.
Pasaron una noche más con aquella gente. Era una gente sencilla, humilde, que disfrutaba de la vida a pesar del trabajo y de las incomodidades. El tiempo con ellos, se pasaba rápidamente, de una forma agradable, los niños eran alegres, los ancianos afables y pacientes, y en general, todo el mundo era generoso con todo lo suyo, con su tiempo, con su trabajo, con su comida… Hubiera sido fácil quedarse un tiempo con ellos, pero se hacía necesaria su partida.
En lugar de regresar por donde habían llegado, fueron recorriendo la falda de la montaña hacia el norte, y una vez llegados a la altura de Vallecillo, se dirigieron hacia el río Nospe para entrar al valle por el mismo sitio por el que se habían ido.