jueves, 4 de agosto de 2011

11.- MIROS: EL VALLE DE LOS VIENTOS

Cuando Ana y Miros, llegaron a Vallecillo, descansaron un par de días, y luego, se prepararon para ir en busca de noticias. Irían solos, sobre todo por dos motivos, los dos eran completamente desconocidos en el Gran Valle, porque ninguno de los dos era de aquel lugar, y eran grandes atletas y guerreros que podrían afrontar cualquier inconveniente.
A los pocos días, salieron en dirección sur, acompañados por los chicos que les orientaron hacia el Valle de los Vientos.
-A ver chicos, contadnos algo sobre el siguiente valle -dijo Ana-.
-Pues verás Ana, el Valle de los Vientos, es muy grande, pero no está muy habitado, los poblados están muy lejos unos de otros, y hay algunas casas aisladas de algunos solitarios, sobre todo en la parte más alejada del río, donde el bosque, les proporciona alimento. Hay poblados en la margen del río Nospe que viven de la pesca y del comercio, otros poblados están cerca de las montañas, pero desde el río Nospe, hasta las montañas, el valle va ascendiendo de una manera suave, al contrario que Vallecillo, hay grandes pastos, por los que cruzan manadas de ciervos y otros herbívoros, pero que son difíciles de matar, ya que no hay lugar en el que esconderse, son grandes llanuras, pero de vez en cuando hay pequeños bosques, todos parecidos, que impiden ver el horizonte, y despistan al viajero, es peligroso perderse en una zona tan deshabitada, porque estás a merced de todo tipo de percances, el peor de todos ellos, es encontrarte con los exploradores enemigos, que usan esta zona para escabullirse de las patrullas de las “águilas” que es a lo único que temen.
Después de esta explicación, Miros y Ana se despidieron, y se dirigieron hacia el sur por la margen del río Nospe. Pronto llegaron a un poblado, era pequeño, y en un principio la gente se apartó pensando que ellos mismos eran exploradores enemigos, pero una vez acalrado que venían de parte de Eusina, la cosa cambió. Unos estaban recelosos, porque no sabían que actitud tomaría Eusina con respecto al trato prepotente que Edeca tenía hacia ellos privándoles de protección, y sin embargo exigiéndoles todo tipo de favores y tributos. Otros, sabían ya de su estancia en Vallecillo, y que Eusina estaba con Orey.
Comieron en aquel poblado, y les aseguraron que había un explorador en el siguiente poblado río abajo, y para allí se dirigieron.
No necesitaron indagar quién era el intruso, en aquel pueblo, era imposible pasar desapercibido, la gente vestía toda ella ropa de trabajo, y llevaba utensilios de pesca y herramientas de su trabajo, nadie llevaba armas.
En el centro del pueblo, un hombre muy corpulento, con una gran espada en la mano, jugaba con todo el mundo que pasaba por allí, les hacía tropezar, y les animaba a trabajar duro.
-Vamos holgazanes, haced acopio de alimentos, que en el futuro se os recompensará -se mofaba vociferando a la vez que se reía a carcajadas-.
Miros esperó oculto a que se hiciera de noche. Hubiera sido fácil ceder a la tentación de enfrentarse a aquel guerrero, pero necesitaba información. Ana, se acicaló, y se acercó al hombre en actitud coqueta, cuando el hombre se levantó para perseguirla, Ana, aceleró el paso y se introdujo detrás de un pequeño cobertizo, cuando el hombre fue tras ella, Miros salió a su encuentro, a pesar del fiero aspecto de aquel energúmeno, Miros le desarmó rápidamente, dejándole inmovilizado, luego, entre los dos le llevaron dentro del cobertizo, y le interrogaron, pero no soltaba ni una palabra, y además se reía de ellos.
Ana se sorprendió a sí misma, levantando un martillo, y golpeando la rodilla de aquel hombre con todas sus fuerzas, el aullido de dolor, sonó por todo el pueblo, pero en vez de aparecer gente, se cerraron todas las puertas y ventanas, y se apagaron todas las lámparas.
El hombre se retorcía en el suelo, les insultaba e intentaba morderles, al poco tiempo perdió el conocimiento.
Esperaron al día siguiente para volver a preguntar cuando pensaban atacar, pero el hombre deliraba, el golpe de Ana, le había destrozado la pierna. Solo consiguieron de él frases inconexas, que no les decían nada. Miros sospechaba que simulaba sus delirios, así que se lo llevó a rastros por el suelo, nadie interrumpía su paso, pues nadie había salido de las casas en esa mañana, cogió al hombre por la cintura, le sentó en un torno y le empezó a aplastar la mano con éste vuelta a vuelta, pronto sus gritos se hacían aterradores, y al final, confesó que eran siete exploradores, y que atacarían dentro de unos meses.
Miros abandonó el torno, ató una cuerda a la cintura de aquel hombre, y se lo entregó a Ana, ésta, se acercó a una casa, cogió una pesada maza, y le rompió la otra rodilla.
Allí dejaron a aquel hombre abandonado entre grandes alaridos, indefenso ante las represalias de la gente agraviada por aquel energúmeno.
Se dirigieron a un último pueblo antes de adentrarse hacia el interior del valle. En el siguiente pueblo, pasaron más desapercibidos, ya que era mucho más grande que los anteriores. Ana, se introdujo entre la multitud, pasando desapercibida, Miros, esperó a la entrada del pueblo, intentando no perderla de vista, se estaba arrepintiendo de toda esta maniobra, porque ni Ana ni el conocían bien las costumbres de esta gente, y podrían estar en peligro sin enterarse. Después de varias horas interminables, Ana, se presentó con algo de comer y muy cansada.
-Ya era hora, Ana, estaba muy preocupado.
-No te preocupes por mí, se cuidarme. He conseguido un lugar donde pasar la noche, no nos cobrarán nada, pero tenemos que dormir en un almacén.
-No importa, puede que no tengamos muchas oportunidades de dormir bajo techo.
-He averiguado que la mayoría de los exploradores, ni siquiera se informan bien de lo que hay por aquí, desprecian la cobardía de esta gente, y cuando atacan, apenas encuentran oposición. La mayoría de estos exploradores, están al otro lado del río Nospe, ya que en este lado del valle saben perfectamente lo que hay.
-Yo también lo sé, unos cuantos hombres que no pueden hacer nada contra ellos, en este valle casi desierto, y al final Vallecillo, en el que no conseguirán nada más que lo que encuentren en el suelo, y encima no pueden avanzar más, porque se lo impide el pantano.
-Eso es, Miros, se limitan a vigilar el primer valle del sur, y a hacer lo que quieran por este lado del río.
-En el oeste, las cosas se complican con las “águilas”.
-No solo se complican, sino que a veces detienen su avance, y terminan por echarles del Gran Valle, aunque la mayoría de las veces, se limitan a alejarlos del Valle de las “Águilas” y nada más.
-Si, parece ser que son egoistas, y a pesar de los impuestos con que gravan a todos los valles, luego no los defienden. Pero a nosotros no nos bastará con detenerlos.
-Es posible que esta vez vengan reforzados.
-Si, yo en su lugar, saquearía lo posible el lado este, reforzaría mis posiciones lo más cerca posible del Valle de las “Águilas”, y luego iría acercándome por el otro lado, por el oeste, hasta llegar lo suficientemente cerca de ellas antes de que me atacasen, luego, recuperaría las tropas en lo posible, y finalmente atacaría cruzando el río desde el este a la vez que se ataca también por el sur.
-Algo parecido es lo que harán, para eso, solo necesitan verdadera información del lado de las “águilas”.
-Lo único que podemos hacer ahora, es avisar a la gente más alejada del río, el ataque ocurrirá pronto.
-Y ahora ¿qué hacemos?
-Saldremos en dirección este, hacia las montañas, buscaremos los pueblos que hay allí, les advertiremos del peligro, y luego partiremos hacia el sur, para comprobar de cuánto tiempo disponemos.
Se fueron a dormir a aquel almacén. Al entrar, un fuerte olor a cuero se metió por sus narices. De todas formas, pronto se acostumbraron y de tan cansados durmieron en tres turnos de tres horas, haciendo Miros el primero y el último.
Por la mañana, salieron del pueblo de la manera más desapercibida que pudieron, y se encaminaron hacia las montañas, se veían inmensas, la hierba estaba muy alta, y en algunos lugares no podían ver hacia delante. Vieron alguna manada de ciervos, corzos y otros rumiantes, varios zorros, y gran variedad de aves.
Durante aquel día recorrieron unos quince kilómetros, ya que se detenían en algunos lugares para intentar orientarse. Al mediodía comieron un poco. El sol caía con fuerza y se cobijaron una hora en uno de aquellos pequeños bosquecillos, en los que otros animales se ocultaban del sol.
No se veía a nadie, y por eso no se preocuparon mucho de vigilar. Al atardecer, no conseguían llegar a ningún grupo de árboles, así que se dispusieron a descansar al pie de unas enormes rocas redondas que medirían tres o cuatro metros de alto. Era un buen sitio, buscaron el lado más protegido del viento, porque a medida que avanzaba el día, la brisa matutina, se había ido convirtiendo en un fuerte viento, que al anochecer hacía bajar la temperatura hasta hacerles sentir frío.
En un principio, se acostaron a un lado de las rocas, pero el viento cambiaba continuamente, por eso seguramente el nombre del valle, porque esos vientos, eran realmente caprichosos e intensos.
No encontraban postura, se movían a la vez que cambiaba la dirección del viento, y terminaron en un recoveco, uno encima de otro. La proximidad de sus cuerpos, despertó en ellos una reacción olvidada por ambos desde hacía tiempo, espalda con espalda, ninguno de los dos podía dormir, incómodos por el frío viento, e incómodos por la sensación que los dos compartían sin saberlo. En esa primera noche, ninguno se atrevió a mover ficha, así que la madrugada, les sorprendió dormidos profundamente. El viento fue amainando a medida que se aproximaba el amanecer, y agotados, se durmieron tan tarde, que cuando despertaron, era ya media mañana.
Sin decirse nada, se levantaron, comieron lo poco que les quedaba, y buscaron agua. Había agua en muchos lugares, el Valle de los Vientos, estaba cruzado por dos ríos, y a ellos llegaban afluentes y arroyos por doquier.
Estaban nerviosos, los dos por el mismo motivo, sus propios nervios, les impidieron notar los nervios uno del otro.
caminaban en silencio, y los sonidos se oían con nitidez. Se oía la corriente de los arroyos y riachuelos, se oía el canto de los pájaros, y de vez en cuando el trotar de algún animal.
Caminaban sin prisa, vadeaban ríos y arroyos muy de vez en cuando, sin duda, era una tierra fértil, podría ser cultivada y pastoreada. Aquella tierra tenía suficiente riqueza para mantener a numerosas familias, y, sin embargo, eran otros valles más pobres, los que acumulaban la población, exceptuando el Valle de las “Águilas”, que era muy fértil.
No les supuso un gran esfuerzo procurarse alimento, bien de la caza, o bien, de la pesca. Peces, cangrejos, patos y otras aves, proliferaban por los arroyos y riachuelos. En la pradera, encontraban perdices, codornices, alguna liebre, y a menudo se les ponía a tiro algún ciervo, que no cazaban porque no podían consumir tanta carne. En los tramos de bosque, había faisanes, palomas y otras muchas especies, parecía un lugar paradisíaco, si no fuese por el continuo viento.
Al cruzar uno de aquellos arroyos, Ana, resbaló y perdió el conocimiento. Miros, se preocupó mucho, dudando de nuevo de la coherencia de este viaje, pero se asustó más al ver como la cabeza de Ana golpeaba contra las piedras, le hizo recordar a su esposa, tuvo miedo de perder a Ana, y se dio cuenta, de que sentía por ella lo mismo que sentía cuando se enamoró por primera vez.
Cuando Ana despertó, se encontraba tapada bajo un techo improvisado, un cuero viejo atado a los árboles, que usaban cuando la lluvia les sorprendía cerca de un bosquecillo, y podían atarla a los troncos. Cuando la lluvia les sorprendía en la llanura, se la ponían por encima sin más.
El trozo de cuero era pequeño, y cuando llovía apenas les protegía a los dos, tenían que sentarse juntos y apoyar sus rodillas contra el pecho para caber los dos. En ese momento, cuando abríó los ojos, llovía con intensidad, Ana estaba a cubierto, tapada con sus mantas, y protegida de la lluvia con el trozo de cuero, que estaba atado a unos árboles, como el trozo de cuero no era suficiente, Miros había aprovechado la inclinación de un árbol, que crecía en ángulo agudo con el suelo, y así, entre el grueso tronco del árbol y el cuero viejo, Ana, estaba a salvo de la lluvia.
Ana giró la cabeza, buscando con la mirada a Miros, no le veía, así que se incorporó y le vio allí a sus pies, parando así la lluvia que pudiese colarse por ese lado. Estaba dormido, ¡qué cansado tendría que estar!, estaba dormido a pesar de la lluvia que le golpeaba.
Ana recordó lo sucedido, cuando resbaló. No estaban cerca de ningún árbol, así que Miros, había cargado con ella desde aquel lugar hasta encontrar estos árboles, y luego había buscado el mejor sitio para refugiarse de la lluvia. Se incorporó hacia delante, tenía un fuerte dolor de cabeza, que se intensificó cuando se tocó un buen chichón que tenía en la frente. Encogió los pies, se acercó a Miros, le cogió por las axilas, y le introdujo bajo el cuero. No se despertaba, así que ella, se sentó como siempre, pero en vez de apoyar las rodillas en el pecho, se apoyó en el árbol, e incorporando a Miros hasta la posición de sentado, le abrazó desde la espalda, de manera que apenas se mojaban.
Cuando amainó la lluvia, Ana estaba entumecida, se le habían dormido los pies, y Miros no se despertaba, tenía fiebre, y de vez en cuando se le notaban escalofríos. Debía de haberse mojado durante un buen rato, y ahora estaba enfermo por culpa de su descuido al caerse.
Ana, sabía que Miros habría hecho lo mismo por cualquier persona que le acompañase en ese momento, pero aun así, la invadió una sensación de amor y agradecimiento, que no experimentaba hacía mucho tiempo.
Durante tres días, cuidó de el, cazó, cocinó, secó las ropas, calentó su cuerpo con el suyo propio, no dormía apenas, y cuando lo hacía se despertaba sobresaltada, al final de esos días Miros recuperó la consciencia, y ella estaba agotada, pero estaba muy feliz.
Este percance, les unió de una manera muy especial, y rubricó su confianza para el resto de sus vidas, habían dependido el uno del otro, y los dos se habían entregado sin reparar en su propia salud.
La sensación de incomodidad, había dado lugar a una sensación de euforia, de confianza, de complicidad, y en ese momento, se estaba fraguando una relación que duraría para toda la vida.
Durante una semana, caminaron juntos disfrutando de cada lugar, de cada momento, de cada confesión, de cada noche…
Sin darse cuenta de los días que habían caminado, ni del tiempo que llevaban sin ver a nadie, llegaron a una loma tras la cual se veía el humo ascendente de una hoguera. Miros no quería separarse de Ana esta vez, así que decidió entrar en contacto con las personas que estuviesen allí, sin disfraces y sin mentiras, con la verdad por delante.
Se encontraron con un puñado de robustas cabañas de piedras y arcilla. Pocos eran sus habitantes, tres o cuatro familias. Las cabañas, rodeaban un cercado, en que había algunas cabras, sin duda domesticadas, y seguramente descendientes de las cabras monteses que pudiese haber en aquellas montañas.
En los últimos días, su camino había sido empinado, y los ríos de la llanura, ahora no eran más que pequeños arroyos, que apenas servían de fuentes o manantiales de los que proveerse de agua.
Su llegada levantó gran expectación, los lugareños, se habían concentrado a su alrededor.
-¿Quiénes sois? -curioseó un niño pequeño-. ¿Sois demonios?, al otro lado de la montaña hay demonios que matan.
-No, no somos demonios -le tranquilizó Ana-, somos viajeros, que necesitamos descansar.
-¿De dónde vinisteis? -preguntó un hombre con voz muy grave- no suele llegar nadie por ese camino.
-Lo siento, venimos desde el río Nospe atravesando las llanuras, pero el inicio de nuestro viaje es una larga historia, que os contaremos una vez hayamos descansado un rato.
-Vamos dentro, mi madre cocinará algo para vosotros, es la mejor cocinera del mundo, ya veréis -dijo el pequeño mientras les cogía de la mano e intentaba arrastrarles hacia su cabaña-.
Miros, miró al hombre, y éste asintió, entonces se dejaron arrastrar hacia la cabaña. Mientras la madre del niño cocinaba, ellos contaron su viaje, y cómo se temían la aparición de los invasores.
Allí, efectivamente olía muy bien, lo cual enorgullecía a aquel pequeño, que, sin duda ansiaba atención y conversación, algo que fuese distinto de su limitado mundo, y que se saliera de la rutina.
Aquellos hombres, se tranquilizaron en gran medida, al escuchar que venían de Vallecillo, pues tenían aprecio por la gente de dicho valle, se sorprendieron con el resumen de la historia de ambos visitantes. Pero la noticia de la inminente llegada de los invasores, no les sorprendió, y de hecho, parecían estar al corriente.
-Ya sabemos que invadirán el Gran Valle, pero nunca vienen hasta aquí. Este lugar queda lejos de cualquier ruta, es un largo camino el que tendrían que hacer, y lo único que conseguirían es unas cabras, no vale la pena -dijo una mujer anciana-.
-¿Cómo es posible que lo sepáis?-preguntó Miros-.
-Mañana , te enseñaremos como lo sabemos -intervino de nuevo la anciana-. Hoy voy a deciros algunas cosas. En este valle, ya hace tiempo que solo interesan los pueblos de la ribera. Ni yo recuerdo la última vez que vino un explorador hasta las montañas. El resto de los poblados, son poco más o mentos que este. Son demasiado pequeños. No se molestan en venir por aquí. Sin embargo, nosotros estamos informados. Constantemente, sabemos casi todos sus movimientos, por las montañas, siempre hay alguien moviéndose de un lugar a otro, y las noticias llegan desde Vallecillo hasta el Valle del Destierro.
-No conocemos ni Ana ni yo ese valle.
-Ese valle, es el primero, o el último si les cuantas desde la montaña donde nace el río Nospe, el Valle del Destierro, limita con las tierras de los invasores, es un valle indefenso, la puerta de entrada para ellos, es un valle, que sufre invasiones todos los años. Es una pena, que el valle más fértil, sea el valle más pobre, sus habitantes, no tienen tiempo de reponerse entre una invasión y otra, son saqueados inexorablemente.
-Entonces, ¿por qué no se van de allí?
-¿Y por qué crees tu que se llama el Valle del Destierro?, porque allí, viven todos los desterrados, casi todos ellos, son hombres y mujeres del Valle de las Águilas, ¡esas arpías!, otros, han sido castigados, si ha sido justo o injusto, no lo se, pero año tras año, llega gente. Con el tiempo, nuevas generaciones han nacido en el, pero a pesar de la inocencia de estas nuevas generaciones, las “águilas”, no les permiten salir del valle, si lo hacen corren peligro de muerte.
-Eso es injusto -dijo Miros-.
-Pues eso es lo que buscamos, una injusticia -dijo Ana-.
-Ahora, seguramente, están siendo invadidos -dijo un muchacho joven-.
-¿Qué? -casi grito Miros-, ¿Ahora?
-Si, y si no es así, no tardarán, deberías regresar con tu compañera, y advertir a todos que se preparen para una gran invasión.
- Pero, ¿cómo podéis saber que habrá una invasión?
-Mañana te lo mostraremos.
Al día siguiente, les condujeron por unos escabrosos senderos, caminaron por empinadas laderas, por riscos peligrosos, dejaron atrás un pequeño poblado de pastores después de un día de ascensión. Finalmente, y después de un día más trepando por entre aquellas peñas, escalando con ayuda de algunas cuerdas en lugares que eran infranqueables a pie, llegaron a la cumbre de las montañas, las nubes se veían por debajo de su posición al otro lado de la cumbre. Comenzaron a descender, y se introdujeron en las mismas nubes. la escasez de oxígeno a aquella altura, hacía que el cansancio se apoderase de sus cuerpos, y sufrieron mareos y vómitos. La niebla era intensa, no en vano, estaban en una nube, un poco más abajo, la respiración se hizo más llevadera, y al salir por debajo de las nubes, llegaron a una ladera que descendía levemente, algunas cabras pastaban por allí, después de esos salientes, nada hasta un millar de metros o más.
A lo lejos, los guías que les acompañaban, señalaban otros territorios.
-Aquello que veis a lo lejos, es un campamento, quedan los vencedores, había más, pero algunos se han ido ya. -no sabían que era la gente de Klasnic la que había estado allí abajo-. Esos de ahí abajo, han repelido la invasión, les ha costado muchas vidas, pero los invasores han perdido, ya no están, se han ido hacia el sur.
-¿Cómo sabéis todo eso?
-Hemos estado observando, siempre lo hacemos, no podemos bajar, es imposible, pero desde aquí, se observa todo, solo podemos acceder aquí en primavera y verano. A lo largo de la cumbre, observamos, recorremos las cumbres por toda la monataña, desde cerca de Vallecillo, hasta el sur, hasta más allá del Valle del Destierro.
-Tenemos que avisar al Valle del Destierro.
-Ya es tarde, para ellos da lo mismo, se esconderán. Sabrán lo que tienen que hacer, como siempre, lo que no pueden hacer, es abandonar el valle, eso, lo tienen prohibido, esconderse es mejor que morir.
Miros y Ana, bajaron de la montaña impresionados, ahora, era primordial regresar a Vallecillo.
Les había sorprendido enormemente la posibilidad de ver el otro lado de las montañas, no sabían que eso fuera posible.
Pasaron una noche más con aquella gente. Era una gente sencilla, humilde, que disfrutaba de la vida a pesar del trabajo y de las incomodidades. El tiempo con ellos, se pasaba rápidamente, de una forma agradable, los niños eran alegres, los ancianos afables y pacientes, y en general, todo el mundo era generoso con todo lo suyo, con su tiempo, con su trabajo, con su comida… Hubiera sido fácil quedarse un tiempo con ellos, pero se hacía necesaria su partida.
En lugar de regresar por donde habían llegado, fueron recorriendo la falda de la montaña hacia el norte, y una vez llegados a la altura de Vallecillo, se dirigieron hacia el río Nospe para entrar al valle por el mismo sitio por el que se habían ido.

1 comentario:

Mercedes Vendramini dijo...

Este capítulo se hizo desear! más valió la pena la espera.
Cariños!

Te vi por mi blog, gracias!