lunes, 18 de julio de 2011

10.- MIROS: KLASNIC

 

Miros y Ana seguían a aquel chico, y no sabían cómo, pero cruzaron el pantano, como si fuesen por un camino, se mojaron mucho, pero no se hundieron ni una sola vez. Parecía imposible que los chicos encontrasen una salida en aquel laberinto, pero ellos, habían cruzado tantas veces, que lo hacían en apenas hora y media.
Más sorprendidos quedaron cuando el chico, siguió guiándoles por el bosque, y se dirigió directamente a la entrada secreta del círculo de las brujas. Al parecer, sus aventuras no terminaban en el pantano.
Una vez allí, el sistema de vigilancia que Miros había dejado en el círculo, funcionó a la perfección y pronto estuvieron rodeados de los amigos que estaban haciendo guardia en ese momento, y aquí, el chico si que se sorprendió.
Pasaron una noche agradable en la casa de Sara y Andrea, tuvieron una cena exquisita en un ambiente festivo y alegre, el lugar rebosaba alegría. El cambio en aquellas mujeres que encontraron tan enfermas, era espectacular, y los que se habían quedado allí, estaban realmente contentos. Su joven compañero de viaje, creyendo encontrar allí a unas brujas devoradoras de hombres, no cabía en si de gozo, y decía que parecían hadas del bosque, afirmación que hacía desternillarse de risa a Miros, que se había tomado a risa toda esa superstición de todo el Gran Valle. Miros se preguntaba, si Orey, que no sabía lo que eran las brujas, sabría lo que eran hadas, aunque a decir verdad, tampoco el lo sabía.
Al día siguiente, Ana y Miros partieron hacia el paso para buscar a Klasnic, dejaron al chiquillo con Sara y Andrea, que lo mimaban como si tuviese diez años en vez de dieciseis, y el se dejaba mimar, aunque si hubiese recibido esos mimos de sus padres, se hubiera ofendido por tratarle como a un crío.
El paso parecía fácil de franquear, y Miros, casi estaba seguro de que se podrían introducir por allí algunos animales domésticos de gran tamaño, y reanudar la ganadería, que mejoraría la vida en todo el Gran Valle, que apenas si disponía de algunas aves, salvo en el Valle de las “Águilas”, que se habían apoderado de las pocas ovejas y cabras que habían sobrevivido a la extinción de caballos y vacas.
Al traspasar las montañas, el clima cambió, y se hizo mucho más frío, descendieron por la empinada ladera que daba hacia el este, y Miros ya no estuvo tan seguro de que se pudiesen llevar animales por allí, así que se resignaba a disponer tan solo de un ejército de infantería, muy inferior a la caballería. Lo que por otra parte le daba ventaja, ya que para el nunca fue fácil eso de los caballos.
Tardaron todo un día en llegar al palacio donde los amigos de Ana les recibieron sorprendidos.
Nadie se esperaba ver a Ana, sus amigos se pusieron muy contentos, en la mirada del hombre, Miros no había visto otra cosa que amistad, al contrario que en los ojos de Ana, que se tornaron ansiosos y tristes, al borde de las lágrimas que solo se pudieron contener con la aparición de algunos niños pequeños, que rompieron aquel momento de tensión.
Cenaron copiosamente, y luego se quedaron los cuatro solos.
-Necesito encontrar a Klasnic -espetó Ana sin rodeos-.
-No está cerca, Ana, nos llevaría una semana llevarle cualquier mensaje, y otra semana más para tener una contestación.
-No importa, le necesito, le enviaré un mensaje, y no esperaré su respuesta, necesito sus hombres, le pediré que me ayude, pero no se lo exigiré, si el acude a nosotros, será bien recibido, si no acude, no se lo tendré en cuenta.
-La batalla tendrá lugar con el o sin el -intervino Miros-, si llega a tiempo, bien, si no, nos arreglaremos con lo que tenemos.
Al día siguiente, un mensajero salió hacia el sur, y Miros y Ana, regresaron hacia las montañas del oeste, para volver cuanto antes sobre sus pasos.
Klasnic, se encontraba muy al sur, luchaba en la frontera contra unas tropas poderosas que amenazaban con invadir todo el país. Sus hombres estaban cansados, pero al final habían rechazado el ataque. Ahora, estaban esperando para ver si los enemigos, volvían a atacar, o atacaban a otra gente, no se podían imaginar que se encontrarían a esos mismos enemigos un tiempo más tarde al oeste de las montañas. Klasnic accedería a aquel valle por el noroeste, apareciendo por el Valle de los Pájaros, el enemigo accedería por el sur, muy lejos.
En ese momento, la calma daba lugar al recuento de bajas, al descanso merecido, a la convalecencia de los heridos, al amor que durante varias semanas estuvo apartado de sus cabezas.
Se encontraban apartados del campamento principal, eso siempre era así. Eran los mercenarios que decantaban las guerras hacia uno u otro lado, eran los mejores en la batalla, los que iban a la vanguardia, los que no tenían a nadie para reponer sus bajas, los que dependían de su victoria para vivir… Pero a la hora de la verdad, eran unos marginados que acampaban a cierta distancia de los demás, para no tener que presenciar como no había nada para ellos, se les trataba como asesinos, no se les proporcionaba comida, ni bebida, ni cuidados médicos, eran los principales en la batalla, pero tras ésta, eran repudiados.
Todo ello entristecía a Klasnic, que estaba orgulloso de sus hombres, de sus mujeres, y hasta de los pocos niños que había en su campamento, puesto que nacían en mal momento, y no se les podía abandonar hasta llegar a un lugar seguro en que crecerían con sus madres, hasta que tuvieran edad para seguir con algún familiar.
En el campamento principal, era fiesta, habían llegado alimentos, ropas nuevas y limpias, hasta bailarinas, pero todo eso no les alcanzaría, porque a ellos, como mercenarios, no se les daba nada, se suponía que con la mísera cantidad que Klasnic había negociado como pago por sus servicios, tendría que ser suficiente.
Odiaba aquella fiesta que veía a lo lejos, sus hombres, habían sido los que consiguieron la victoria, pero los otros cobardes, eran los que la disfrutaban. Miraba aquel campamento alegre, y luego miraba el triste estado de su campamento, las ropas sucias de barro y sangre, mugrientas, que tendrían que ser lavadas arduamente por todos al día siguiente, algunas, estaban inservibles, y tendría que gastar parte del dinero en sustituirlas. No había dinero para corazas protectoras, y solo se protegían con escudos abollados. En su campamento, no se oían risas, las mujeres traían leña para cocinar, los hombres buscaban caza para comer a pesar de estar cansados. Los herreros y otros trabajadores, habían terminado por meterese en el medio de la batalla para sacar de allí a sus heridos y muertos, eso era lo peor, aquellos muertos, eran sus amigos, y ya no estaban. Su campamento estaba silencioso, el cansancio, había podido con todos, y solo el quedaba despierto para hacer la guardia, se sentía responsable de ellos, y se ocuparía de la guardia toda la noche, dejando que todos descansasen, el ya descansaría durante el día.
Le quedaban ciento dos soldados, les había contado esa tarde, había perdido veinticinco. En total, el campamento estaba formado por doscientas veintitres personas, y temía por el futuro de todas ellas.
Los gritos de júbilo del campamento principal le estaban molestando, no entendía como podían celebrar nada después de tantas muertes, pero la mayoría habían sido de sus mercenarios, estaba claro que no importaban, para eso cobran diría aquella gente. Estaba cansado de trotar por el mundo perdiendo vidas por una miseria.
No esperaba a nadie, era ya noche cerrada cuando un hombre se acercaba desde el campamento principal. Era muy raro, porque su campamento era evitado a toda costa, nunca venía nadie, como si tuvieran la lepra, como si fuesen peligrosos asesinos, como si le pudiese pasar algo malo a quien se acercase, como si su olor les molestase o su comida fuese nauseabunda, porque nunca, jamás en todos aquellos años, nadie se acercó a compartir su comida. Era una falta de respeto, casi todos sus hombres cocinaban, pero cuando estaban ocupados, tenía dos mujeres y un hombre que cocinaban maravillas con las escasas provisiones de que disponían siempre.
Aquel hombre que se acercaba, venía corriendo, agotado, como si viniese desde muchos kilómetros en vez de unos centenares de metros.
-Traigo un mensaje para Klasnic, tengo que verle -dijo exhausto-.
-Yo soy Klasnic, dame tu mensaje, pero antes descansa, ¿de quién es el mensaje?
-De Ana.
-¿De Ana?
-Sí, de Ana, se acercó al palacio.
-Si Ana se acercó al palacio a pesar del dolor que eso la produce, es que es importante. ¡Pero chico!, te estás mareando, es que no te han dado de comer y de beber estos de ahí abajo.
-No, señor, dijeron que si el mensaje era para tí, que ya te encargarías tu de mi cena.
-Son miserables, me equivoqué al ayudarles, pero en otro lugar hubíese sido lo mismo. Ven, come algo, seguro que te vendrá bien aunque ya esté frío. Y dame el mensaje, me muero de curiosidad.
“Klasnic, soy Ana, necesitamos ayuda, tómate tu tiempo, si decides venir, siempre llegarás en buen momento. Parece que disponemos de algunos meses antes de necesitar ayuda. Entenderé que no puedas o no quieras acudir, aunque conociéndote se que vendrás aunque sea tu solo. No se con qué podrá pagarte esta gente.
Si decides venir, dirígete al paso del norte, ya conoces donde vivía, en la casa de Sara y Andrea, allí, durante un par de meses te esperará un chiquillo, que te guiará hasta nosotros.
Tengo muchas ganas de verte. Espero que no visites a nuestros amigos, los niños te romperán el corazón, sobre todo los tuyos.”
El mensaje, le mantuvo despierto toda la noche, Klasnic, acudiría a la llamada de Ana, si el lugar donde se encontraba Ana, la mantenía tan distraída como parecía, también a el le podría distraer de su propia agonía. Pero llevarse a toda su gente, no era tan seguro, sabía que Ana, no estaba contratando a unos mercenarios, estaba pidiendo ayuda a un amigo.
Le daba pereza emprender tan largo camino, para volver a luchar, para estar en las mismas condiciones en que se encontraba en ese momento. Seguramente su gente le seguiría, no tanto por la fidelidad que le tenían, como por las ganas de perder de vista a la gente que les había contratado por todo el país.
Contando con que todo su ejército le siguiese, tardaría más de un mes en recuperar a su gente, avituallarse, y llegar hasta la casa de Sara y Andrea, una sonrisa cruzó su rostro al pensar en aquellas dos mujeres, eran tan amables e infantiles, que le parecía absurda la fama de brujas que tenían para defenderse. Le había entristecido la noticia de la muerte de su abuela.
Klasnic durmió todo el día siguiente y la noche, al siguiente día, cobró por sus servicios, y levantó el campamento, el alboroto que se producía cada vez que se ponían en marcha, levantaba el ánimo de su gente, todos caminaban con alegría, y se preguntaban dónde irían. Cuando Klasnic les contó el mensaje, y les dijo que iría solo si hacía falta, se hizo un silencio que le ponía nervioso, continuó diciendo que no sabía a ciencia cierta si cobrarían por aquel trabajo, con qué gente se encontraría al otro lado de las montañas, y que no estaba dispuesto a llevarles a una aventura tan incierta, así que , si alguno no quería seguirle, le daría su parte, y no le guardaría rencor, podían hacer lo que quisiesen a partir de aquel momento.
Acto seguido, Klasnic se giró sobre si mismo y se puso en camino hacia el norte. Sin que nadie dijese una sola palabra, todos le siguieron, no hablaban entre ellos, no comentaban el mensaje de Ana. Todos sabían la historia de los dos y de sus amantes, en su momento, aquella gente, había convivido con Ana, y ella, como no, se había integrado en su campamento como si hubiese nacido en el. Se ganó el aprecio de todos y era recordada con respeto.
Durante el camino, las mujeres con hijos, fueron abandonando el grupo en algunos pueblos, pero fueron sustituidas por alguna que otra con ganas de aventura, y que había abandonado el grupo en otro momento por semejantes motivos. Cuando llegaron al paso, eran unos pocos menos, así todo, eran doscientos dieciséis, se fueron adentrando en las montañas, llevando solo lo necesario. Les costó un día entero pasar a todos ellos por la montaña, y cuando todos descendían por el bosque en dirección a la casa de las brujas, se sentían liberados, el clima más suave del Gran Valle, les daba la sensación de que comenzaban una nueva etapa en su vida, y de momento la sensación térmica era más agradable.
Sara había sido avisada por los vigilantes de que se acercaba Klasnic, y salió a su encuentro, mientras Andrea, preparaba sitio para su llegada, y organizaba una gran comida, que estaba esperando mucho tiempo por aquellas personas.
Klasnic se sorprendió del sistema de vigilancia que Miros había dejado en su ausencia, se admiró de la organización de su llegada por Orey, sin que ella supiese con exactitud si el llegaría solo o con doscientas personas, y se maravilló de la seriedad de los guerreros que hacían las funciones de vigilantes, obra de Eusina.
Comenzó a admirarles incluso antes de conocerlos, pero no se hacía ilusiones, una vez estuvieran en el mismo lugar, su gente volvería a ser marginada como siempre había sido, de eso no tenía ninguna duda.

1 comentario:

Mercedes Vendramini dijo...

Se hizo esperar ... pero llegó!
Eres muy bueno para este tipo de historias-.

Cariños!